Alfonso XIII no heredó una corona en mayo de 1902; fue más bien
sucesor de la España del 98, la del desastre que convive con el final
de una digna Regencia, la del turno partidario y la poesía de una generación
solidaria, el país del despertar a la industria y el espejismo africanista.
Cien años de la jura de Alfonso XIII
El año 1902 fue clave en la vida de Don Alfonso, hijo póstumo de Alfonso
XII, que con 16 años se convirtió en Rey de España, después de que su
madre, Doña María Cristina, ocupara la regencia durante 17 años.
Antes de esa fecha histórica, quien estaba a punto de convertirse en
Alfonso XIII escribió en su diario una visión de la España de la época
de forma lúcida, real y premonitoria para un joven que el 1 de enero
de 1902 tenía 15 años. El texto que dejó para la Historia dice:
«En este año me encargaré de las riendas del Estado, acto de suma trascendencia
tal y como están las cosas, porque de mí depende si ha de quedar en
España la Monarquía Borbónica o la República. Porque yo me encuentro
el país quebrantado por nuestras pasadas guerras, que anhela por un
alguien que la saque de esa situación; la reforma social a favor de
las clases necesitadas; el Ejército con una organización atrasada a
los adelantos modernos; la Marina sin barcos; la bandera ultrajada [subrayado
en el original]; los gobernadores y alcaldes que no cumplen las leyes,
etcétera... En fin, todos los servicios desorganizados y mal atendidos.
Yo puedo ser un Rey que se llene de gloria regenerando la Patria, cuyo
nombre pase a la Historia como recuerdo imperecedero de su reinado,
pero también puedo ser un Rey que no gobierne, que sea gobernado por
sus ministros y, por fin, puesto en la frontera. Yo siempre tendré a
manera de ángel custodio a mi Madre. Segundo ejemplar que nuestra Historia
presenta; el primero, Dª María de Molina; el segundo, Dª María Cristina
de Austria. Don Fernando IV pidió cuentas a su madre; mas yo eso nunca
lo haré. Yo espero reinar en España como Rey justo. Espero al mismo
tiempo regenerar la Patria y hacerla, si no poderosa, al menos buscada,
o sea, que la busquen como aliada. Si Dios quiere para bien de España».
El 17 de mayo Don Alfonso cumplió 16 años, y fue ésa la fecha fijada
para que jurara la Constitución (el término «coronación» no es correcto,
ya que esa ceremonia no existía ya en España y, de hecho, la corona
y cetro permanecieron en la ceremonia sobre un almohadón carmesí) y
convertirse en Rey de España. Tal como ordenaba el artículo 45 de la
Constitución, el Monarca prestó juramento ante las Cortes, en la persona
del presidente de la Cámara Baja, el marqués de la Vega de Armijo, por
ser de mayor edad que el presidente del Senado, Eugenio Montero Ríos.
La fórmula fue: «Juro por Dios, sobre los Santos Evangelios, guardar
la Constitución y las leyes. Si así lo hiciere, Dios me lo premie, y
si no, me lo demande».
Los cronistas de la época destacaron la brillantez del breve y solemne
acto celebrado en el Salón de Sesiones, al que acudieron los representantes
de las grandes potencias, el cuerpo diplomático acreditado en España,
diputados y senadores, caballeros de las órdenes militares, así como
el gobierno presidido por el septuagenario Práxedes Mateo Sagasta.
A la Jura del Rey acudieron representantes de más de treinta países.
Entre otros, viajaron a Madrid el príncipe Alberto de Prusia (en representación
del kaiser Guillermo II); el príncipe Arturo de Inglaterra, duque de
Connaught (en representación de su hermano Eduardo VII); el archiduque
Carlos Esteban -hermano de Doña María Cristina, representando al emperador
Francisco José de Austria-, el duque de Génova; el príncipe Christian
Carlos de Dinamarca; el príncipe Nicolás de Grecia; el príncipe Tomás
Alberto de Saboya, en representación de Italia; el príncipe Eugenio
de Suecia y Noruega, el gran duque Vladimir Alejandrovich, tío del zar
de Rusia; el Infante Don Alfonso de Portugal; el príncipe Mirza Riza
Khan, de Persia, el príncipe heredero Maja Vajiravudh, de Siam; el príncipe
Hamet Ben Mahomet Torres, de Marruecos; el príncipe heredero Luis de
Mónaco; el príncipe de Calabria; el nuncio apostólico, monseñor Rinaldini;
Jabez Curry, en representación de EEUU; el teniente general Florentin,
por Francia; Jenaro de Borbón, y una nutrida representación de los países
iberoamericanos.
Las delegaciones extranjeras otorgaron al Monarca, entre otras, las
condecoraciones de la Orden de la Jarretera, de Inglaterra; el Águila
Negra, de Prusia; la Legión de Honor francesa; la de San Juan, de Malta;
la de los Serafines, de Suecia y Noruega; la de San Andrés, de Rusia;
la de San Esteban, de Hungría; la danesa del Elefante Blanco; la italiana
de la Annunziata; la de Leopoldo, de Bélgica; y la del Crisantemo, de
Japón.
Uniforme de capitán general
Tras la ceremonia, el Rey, con uniforme de capitán general del Ejército,
y Doña María Cristina se encaminaron hacia la basílica de San Francisco
el Grande, donde se celebró un Te Deum de acción de gracias, en la carroza
real tirada por ocho caballos tordos, empenachados de blanco con trenzaduras
de blanco y oro.
Ese mismo día, Alfonso XIII presidió su primer Consejo, aunque ya había
asistido como oyente a los últimos celebrados el 24 de abril y el 11
de mayo, presididos todavía por la Reina regente. En sus «Notas de una
vida», el conde de Romanones relata aquella primera reunión:
«Tras breves palabras de salutación de Sagasta, dichas con voz apagada,
reveladora de su fatiga, el Rey, como si en vida hubiera hecho otra
cosa que presidir ministros, con gran desenvoltura, dirigiéndose al
de la Guerra en tono imperativo, le sometió a detenido interrogatorio
acerca de las causas motivadoras del cierre decretado de las Academias
militares. Amplia explicación, amplia para su acostumbrado laconismo,
le dio el general Weyler; no quedó satisfecho Don Alfonso, opinando
que debían abrirse de nuevo. Replicó D. Valeriano con respetuosa energía,
y cuando la discusión tomaba peligroso giro, la cortó Sagasta, haciendo
suyo el criterio del Rey, resultando con esto vencido el ministro de
la Guerra. Después de breve pausa, el Monarca, tomando en su mano la
Constitución, leyó el caso octavo del artículo 54, y, a manera de comentario,
dijo: Como ustedes acaban de escuchar, la Constitución me confiere la
concesión de honores, títulos y grandezas; por eso les advierto que
el uso de este derecho me lo reservo por completo . Gran sorpresa nos
produjeron estas palabras. El duque de Veragua, heredero de los mas
ilustres blasones de la nobleza española y de espíritu liberal probado,
opuso a las palabras del Rey sencilla réplica: pidiéndole su venia,
leyó el párrafo segundo del artículo 49, que dice: Ningún mandato del
Rey puede llevarse a efecto si no está refrendado por un ministro .
Aunque la materia no entrañaba importancia, sin embargo, en aquel brevísimo
diálogo, se encerraba una lección de derecho constitucional».
La Reina Regente María Cristina con Alfonso XIII
La España del regeneracionismo
El término «regeneración» estaba en 1902 en boca de toda la sociedad
dirigente, ya fuera el regeneracionismo monárquico «desde dentro» representado
por la ortodoxia canovista o el rupturista republicano defendido por
Alejandro Lerroux y Pablo Iglesias. En el plano económico, España registra
en el primer tercio del siglo XX un proceso de crecimiento, el desarrollo
del sindicalismo y un camino modernizador incuestionable. España era
entonces un país agrícola y minero, con Cataluña como protagonista del
cambio industrial; en 1902 se crea Altos Hornos, nace el Banco Hispanoamericano
(1901) y el Crédito Mobiliario se convierte en Banco Español de Crédito
(1902).
El crecimiento de la población era inferior al europeo a causa del índice
de mortalidad, que en nuestro país alcanzaba casi el 30 por ciento,
frente al 15 de la media europea. Otras comparaciones hacen innecesarios
los comentarios: el analfabetismo en España superaba el 60 por ciento
(en algunas provincias andaluzas alcanzaba el 80), mientras que en Francia
no llegaba al 25.
El 10 por ciento de la población se desplaza en ese periodo del campo
a la ciudad, de tal modo que Madrid y Barcelona reciben medio millón
de habitantes. En cuanto a la emigración a Iberoamérica, se trasladaron
más de 300.000 españoles.
No son pocos los autores que califican a Alfonso XIII como un Rey regeneracionista.
Carlos Seco Serrano, en «Alfonso XIII», va más allá al hablar del reinado
como «el de un sorprendente renacimiento en todos los órdenes -no sólo
en el evidente de la cultura: segunda edad de oro de nuestras letras
y artes, sino también en el de los planteamientos políticos y la apertura
social-.», y añade que «se esforzó, a lo largo de treinta años, por
evitar lo que tras su caída se hizo inevitable: la Guerra Civil».
Madariaga, en su ensayo «España» (1930) escribe: «Bajo Alfonso XIII,
España llega a ser nación industrial, alcanza el mayor nivel de población
desde época romana, retorna a adornar el mundo de la cultura, que casi
había abandonado desde que con tanto esplendor brilló en el siglo XVI,
vuelve a plena participación en la política internacional durante la
guerra europea y al abrirse la cuestión de Marruecos; reconquista espiritualmente
la América que había descubierto, poblado, civilizado y perdido, y,
por último, ve grandes problemas sociales y nacionales surgir en su
vida interior y estimular su pensamiento político».
Javier Aguilar. La Razón
Golpe de Primo de Rivera, el ocaso del Reinado
En 1923, el golpe militar de Miguel Primo de Rivera fue la solución
de fuerza adoptada ante la crisis. El rey aceptó el hecho. Esta
dictadura fue bien recibida por muchos sectores sociales en los primeros
años. En 1925, con el desembarco de Alhucemas, se terminó
con la guerra de Marruecos. Se produjo un restablecimiento del orden
social así como un mayor desarrollo de las obras públicas.
Más tarde, en 1930, y después del fracaso de Primo de
Rivera, Alfonso XIII intentó restaurar el orden constitucional,
pero los partidos republicanos, socialistas y regionalistas de izquierda
lucharon unidos contra la monarquía. Las elecciones municipales
del 13 de abril de 1931 dieron el triunfo en la mayoría de las
ciudades a socialistas y republicanos. Fue entonces, cuando el monarca,
para evitar una lucha civil abandonó el país, proclamándose
la II República el 14 de abril de 1931.
Los últimos años de su vida los pasó en Roma,
donde murió el 28 de febrero de 1941 a la edad de cincuenta y
cuatro años cubierto con el manto de la Virgen del Pilar. Su
último recuerdo fue para España. Fue enterrado en Roma
y junto a su cuerpo se depositó un saco con tierra de todas las
provincias españolas. Posteriormente, en 1980, sus restos fueron
trasladados al Panteón de los Reyes del Monasterio de El Escorial
donde reposan en la actualidad.
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