ALFONSO XIII Y LA II REPÚBLICA

Últimas horas de la Familia Real en España (abril de 1931)




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Por primera vez en internet, reproduzco un fragmento de la biografía de Alfonso XIII que escribió su prima la Princesa Pilar de Baviera. Testigo directo de excepción, explica como se vivieron aquellas horas históricas en el seno de la Familia Real. 

Así se vivió la salida de Palacio de Alfonso XIII a las 20.45 horas del martes 14 de abril de 1931:

"Excepto la Infanta Isabel, que estaba enferma, toda la Familia real fue a Palacio a despedirse del Rey. Don Alfonso se dirigió a las habitaciones del Príncipe de Asturias para decir adiós a su heredero, y se despidió luego particularmente de la Reina, de las Infantas Doña Beatriz y Doña María Cristina, y de los Infantes Don Jaime y Don Gonzalo. El Infante Don Juan no estaba presente pues había regresado ya a la Academia Naval de San Fernando, después de las vacaciones. (…)

El Rey guardaba la más perfecta calma y serenidad; decía que, para evitar derramamiento de sangre y la guerra civil, tenía que salir de España en seguida. A fin de eludir presiones para que abdicase, la Reina y toda la Familia Real insistieron en que el Rey saliese sin ellos, y, puesto que no estaban en peligro inmediato, él consintió. Fue fortalecido en su decisión por el convencimiento de que si daba a los monárquicos veinticuatro horas para reorganizarse,, sería inevitable el derramamiento de sangre. Cogidos completamente por sorpresa, estaban , por lo pronto, impotentes.

El único momento en que dio señales de quebrarse la maravillosa calma de Don Alfonso, fue al pasar ante un retrato de su madre, la Reina María Cristina, saludándolo con la mano. Luego, se despidió de los alabarderos y de los miembros de la Familia Real, que se habían reunido en la escalera del lado oeste de la entrada, de incógnito, por el Campo del Moro. Redactó tranquilamente su último manifiesto, en el cual, como dijo después a un amigo, "expuse mi intenso deseo de evitar que derramase la sangre, y traté de expresar todo mi amor a nuestra querida España". (…)

Las luces de las puertas y ventanas de Palacio iluminaban los jardines en la noche templada. Se oían claramente los gritos de la multitud en la lejanía. Los que esperaban allí estaban rígidos u ocupados en cosas triviales, como solemos hacer en momentos de gran emoción contenida.

A las nueve menos cuarto el Rey salía para Cartagena acompañado por el Infante Don Alfonso de Orleáns y Borbón, el Duque de Miranda, el Almirante Don José Rivera y el señor Álvarez Canero, ministro de Marina. En un segundo coche iba un ayudante de cámara y el equipaje, reunido aprisa.

Los dos coches se deslizaron por las sombrías profundidades de los reales jardines, dejaron éstos por la puerta sur, corrieron por el hermoso puente de Toledo sobre el Manzanares y tomaron, a la izquierda, la carretera del litoral…

El Rey se había ido."


La reina Victoria Eugenia de Battenberg rodeada de sus hijos. De izquierda a derecha: Dª María Cristina, D. Alfonso, D. Gonzalo, D. Juan (padre del rey Don Juan Carlos I), D. Jaime y Dª Beatriz.

La salida de la Familia Real se produjo la mañana del día siguiente, miércoles 15 de abril:

"Al día siguiente, se despidieron particularmente de sus amigos íntimos y pasaron la Galería por última vez. Fueron saludados por las damas de Su Majestad la Reina, por todos los funcionarios de la Corte y por el personal de Palacio, así como por los alabarderos, los oficiales y soldados de Húsares de la Princesa y el Escuadrón de la Escolta Real, que habían estado de servicio durante toda la noche del martes y permanecieron allí hasta que la Reina salió de Palacio el miércoles por la mañana.

Antes de las diez subieron la Reina y su familia, de incógnito, en los coches reales que les esperaban fuera de la entrada. (…)

La Reina deseaba que su salida fuese lo más tranquila posible, pero no se pudo evitar que muchos amigos de la Familia Real se enterasen de ella; y en un sitio de la Casa de Campo donde se habían reunido, la Reina se apeó y, sentada en una roca, celebró una recepción improvisada, en circunstancias inolvidables. La escena merece figurar entre las más emocionantes de la Historia. Los que lo dejaron todo repentinamente para acompañar a su Reina en el destierro merecen ser nombrados con honor. Fueron la Duquesa de San Carlos, la Condesa del Puerto, el Mayordomo Marqués de Bendaña, la Marquesa de Hoyos, la Duquesa de la Victoria, la Duquesa de Lécera y otros varios de la Corte.

Allá, en la lejanía, estaba Madrid, entre la soleada neblina de la mañana, y con él, un cuarto de siglo de servicio firme y abnegado al pueblo español, ahora infiel. El sol daba en el blanco y erguido Palacio, espléndida cáscara sin su almendra. Y por el otro lado, El Escorial austero, santuario de siglos en la historia de España. La roca de la Reina, el ambiente, todo el paisaje, eran de los que Velázquez gustaba de pintar, y pintó, en efecto, desde este mismo sitio. Las dos jóvenes Infantas, graciosas aunque llorando, estaban rodeadas por sus amigas. Don Jaime, con esa rara fuerza interior y rectitud que suelen tener los sordos, preocupado por su madre, amparándola y evitándole disgustos en cuanto podía, suplía, inconscientemente, a su padre ausente y a su hermano el Príncipe de Asturias, que no podía dejar su coche. El joven Don Gonzalo, atento, modesto, gentil y sensitivamente tranquilo, estaba de pie al lado de la Reina.

Llegó el momento de continuar el viaje. La Reina, temiendo llegar tarde, no quería, sin embargo, estar en la estación de El Escorial ni un minuto antes de la hora. Despedidas. Luego, al entrar en el coche, la última recomendación de la Reina a una de sus damas: "Cuide de mi Cruz Roja."

La Reina Victoria Eugenia había celebrado muchas recepciones en el Palacio que se perfilaba en el horizonte, recibido a Soberanos extranjeros, sido la brillante figura central en muchas magnas y suntuosas ceremonias. En ninguna de ellas estuvo más regia, más realmente dueña de sí, más espléndidamente mujer que en esta mañana soleada, con una roca por trono, el alto cielo azul por dosel y el amor inquebrantable de algunos de sus más leales amigos y servidores como único aliento y consuelo…".