Visitantes


Doña María de las Mercedes, la Madre del Rey


Discreción y paciencia son adverbios que definen a esta Señora en mayúsculas.

La Madre del Rey, con la típica gracia andaluza ha sabido sobrellevar las servidumbres de una reina y ha sido una de las llaves maestras en los acontecimientos difíciles de la Dinastía Borbón.

“Mi infancia son recuerdos/ de un patio de Sevilla...” Como los versos de Machado empieza la biografía de Doña María de las Mercedes, nacida en Madrid en 1910, tercera hija del Infante Don Carlos de Borbón, Príncipe de las Dos Sicilias que había contraído matrimonio en segundas nupcias con Doña Luisa de Orleáns, Princesa de Francia. Bautizada en el Palacio Real de Madrid, la pequeña de profundos ojos azules que parecen encerrar el océano e incipientes cabellos de oro, fue apadrinada por la Reina Madre, Doña María Cristina y el Príncipe Jenaro de Borbón, hermano de su padre, y sobre la pila de Santo Domingo de Guzmán fue bendecida con las aguas de la cristianización, recibiendo los nombres de María de las Mercedes, Cristina, Jenara, Isabel, Luisa, Carolina y Victoria. Sus primeros recuerdos de infancia aparecen en el colegio de las Irlandesas de la capital andaluza, donde su padre fue destinado como capitán general. Sus veranos transcurren en Villamanrique donde nace su despertar a la vida, posiblemente la única época en la que saborea la verdadera libertad. La sangre hirviente sevillana penetraría en las venas ya para siempre, contemplando los pasos de Semana Santa, la Feria de Abril, la Fiesta del Rocío y tantas celebraciones emocionantes que sólo los andaluces saben hacer como Dios manda. La alegría de vivir y la felicidad son totales durante la infancia en las tierras del sur de la Península que aún conservan las huellas indelebles de la cultura mozárabe. Pero pronto llegaría la época de acatar responsabilidades y con ello el unir su vida a los destinos de España, sometimiento que empieza a experimentar en 1930 cuando, debido a la inestable situación política, Don Alfonso XIII destina al Infante Don Carlos a la capitanía general de Barcelona. Poco podía imaginar la que hasta entonces había sido “la infantita de Sevilla” que pisaba por primera vez la ciudad que algunos años después la reconocería como condesa además, los catalanes empezaron a llamarla Mercedes, en honor a la patrona de Barcelona, la Virgen de las Mercedes.

Este periodo sería corto, un año después todo se giraría del revés y toda la familia tendría que regresar a Sevilla pero esta vez para embarcar en el Cabo Razo, nave con la que descenderían por el Guadalquivir en dirección a Gibraltar, dejando a tras la aroma del azahar que empezaba a florecer en aquella triste primavera de Abril. De allí empezaron a alejarse de la Península hacia el exilio incierto, primero en Marsella, luego a Cannes y después un continuo peregrinar lejos de su tierra amada.

El año 1935 fue uno de los más felices de Doña María de las Mercedes. En la víspera de la boda de la Infanta Beatriz, hija mayor de Alfonso XIII, con Alejandro de Torlonia, los Reyes de Italia dieron un baile en Villa Saboya y el Príncipe de Asturias sacó a bailar a Doña María de las Mercedes. Posiblemente fue en este momento cuando ella vio por primera vez a Don Juan no sólo como su primo sino “como el príncipe de los cuentos: alto y guapísimo” como ella misma lo definiría después. De ese momento, sin saber muy bien como, surgió el amor entre esa pareja de jóvenes y el 12 de Octubre del mismo año, contraían matrimonio en Roma. Cuentan las crónicas que miles de españoles llegaron a la capital italiana para acompañar a su querida Familia Real en un día tan emocionante para todos, especialmente para Alfonso XIII que contemplaba con orgullo como sus leales le rodeaban con su cariño y coreaban vivas al Rey. Ramos con flores de vivos colores rojo y gualda decoraban el recorrido por donde pasaba la comitiva nupcial. Alfonso XIII, como padrino del enlace, llevaba del brazo a Doña María de las Mercedes seguidos por el novio del brazo de la madrina, la Infanta Doña Luisa de Orleáns, madre de la novia. La ceremonia comenzó con la entonación de un “Laudate Dominum”, música con la que en España se acogía la presencia del Monarca en las iglesias. Concluida la boda, los Príncipes de Asturias fueron recibidos por el Papa Pío XI con los honores de Soberanos reinantes y poco después emprendieron su viaje alrededor del mundo. París, Nueva York, Islas Hawai, Japón, China, Singapur, India y Egipto son sólo algunos de los escenarios que visitaron surcando los mares.

En España las cosas van cada vez peor, llegan noticias de enfrentamientos e inestabilidad. El nacimiento de la primera hija de la pareja real en 1936 es un instante de suspiro en un año grave para el país. En su honor, la niña es bautizada con el nombre de la Patrona, la Virgen del Pilar. La guerra que tanto había intentado impedir Alfonso XIII sacrificando su continuidad en el trono para evitar el enfrentamiento entre españoles, se desencadena con toda crudeza. Doña María de las Mercedes, como tantas otras familias, sufre el dolor en primera persona con la pérdida de su querido hermano Don Carlos, dos años mayor que ella, muerto en acción de guerra en Septiembre de 1936.

En Roma, acompañando a Alfonso XIII que consumía su vida por la melancolía de ver sufrir a la patria del alma, los Príncipes de Asturias fueron bendecidos con el nacimiento de su heredero, Don Juan Carlos, en una fría mañana del mes de Enero de 1938. Un año después una nueva vida, la Infanta Doña Margarita, ilumina el hogar de Don Juan y Doña María de las Mercedes, completado en 1941 con el Infante Don Alfonso. Ese mismo año, el 28 de Febrero, Don Juan recibe de su padre el Rey Alfonso XIII, el legado histórico de la Monarquía y en sus últimos pensamientos no olvida el país al que dedicó toda la vida: “Majestad, sobre todo, España” es el ruego que recibe el nuevo Rey en el exilio, divisa que sabe Dios cumplirá por encima de todo.

A la muerte del Rey, los Condes de Barcelona se trasladan a Lausanne y finalizada la II Guerra Mundial, como atraídos por una fuerza irresistible, se instalan en Estoril, lo más cerca posible de la patria que a veces contemplan desde la frontera con lágrimas en los ojos sin esconder el dolor por no poder pisar la tierra de sus amores.

En 1948 Doña María de las Mercedes ofrece lo más querido a España, Don Juan Carlos marcha a Madrid para ser formado en la cultura española. El presente es hostil y el futuro incierto. En la Semana Santa de 1956, una vez más el dolor de madre embarga el corazón de la Condesa de Barcelona al perder a su hijo Don Alfonso y con la humildad que la caracteriza reconoce que “sólo he sido desgraciada cuando murió mi hijo”.

Años después, el dolor que en tantas ocasiones la ha acompañado, cede el sitio a la alegría con la boda de Don Juan Carlos y Doña Sofía y el nacimiento de su primera nieta, la Infanta Elena. En 1975 su hijo se convierte en Rey y de regreso a España, Don Juan le transmite los Derechos Dinásticos con el mismo ruego que le hiciera su padre tres décadas atrás y que ha sido su filosofía de vida: “todo por España”.

De nuevo, la crudeza del sufrimiento se cruza en el destino de los Condes de Barcelona y se le diagnostica un cáncer de laringe a Don Juan. Ella, se convierte, más que nunca, en su compañera infatigable y juntos emprenden el último duelo contra la muerte, perdiendo la batalla el 1 de Abril de 1993 cuando el viejo marinero pone rumbo hacia su última morada en el Panteón de Reyes de El Escorial.

Hoy, en su serena madurez de madre, abuela y bisabuela feliz, Doña María de las Mercedes, conocida por los españoles con el título más digno posible: la Madre del Rey, sigue colaborando con iniciativas benéficas y en los momentos de nostalgia, aún resuena en su memoria, el sencillo pero emotivo homenaje que le dedicó Don Juan por su labor abnegada, poco antes de partir: “Querida María: tenemos, tú y yo, la satisfacción de poder decir hoy que nuestras esperanzas y deseos no estaban desencaminados y que hemos administrado prudentemente el legado de la legitimidad histórica, que es, en definitiva, patrimonio de España y de los españoles. Así, cuando España lo ha necesitado, lo ha podido encontrar y hemos tenido la dicha, como súbditos, y la alegría, como padres, de ver encarnada en nuestro hijo, para bien de España, la Institución a la que hemos dedicado nuestras vidas. Por eso podemos decir con orgullo: Señor, deber cumplido”.

Escrito como homenaje a la Madre del Rey pocos meses antes de su fallecimiento en enero de 2000.