Discurso con motivo del XXV aniversario del Reinado de Don Juan Carlos I, 22 de noviembre de 2000



Señorías, esta mañana, España amanece de nuevo de luto. Anoche, la banda terrorista Eta asesinó a don Ernest Lluch, que fuera diputado en este Congreso, ex ministro de la Corona y, sobre todo, un servidor leal del Estado de Derecho.
Faltan y a la vez sobran palabras para condenar este crimen repugnante, que desde esta tribuna del pueblo quiero denunciar y repudiar con la mayor firmeza.
Y quiero también reiterar que la violencia terrorista no conseguirá nunca hacernos renunciar a la libertad, la democracia y el Estado de Derecho que Ernest Lluch defendió con inteligencia y tesón. Su sacrificio, como el de tantos otros antes que él, nos compromete a estar más unidos que nunca para, todos juntos, poner fin al terrorismo.

Comprenderán, señorías, que el sentimiento de profundo dolor que me embarga en estos momentos no sea el mejor sostén de mi espíritu ni el compañero ideal de la palabra que me corresponde hacer oír aquí hoy.

Pero el ánimo triste ni puede ser excusa para el cumplimiento del deber y mucho menos obstáculo que pueda alterar la normalidad institucional. Es por eso que, con emoción, me dirijo a estas Cortes Generales para conmemorar juntos a sus Señorías, diputados y senadores, representantes del pueblo español, los veinticinco años de mi reinado.

Muchas gracias, señora presidenta, por sus palabras tan generosas, que honran singularmente, a través de mi persona, al pueblo español.
Me presento ante sus señorías acompañado por la Reina, el Príncipe de Asturias, las Infantas y el resto de la Familia Real, para renovar mi compromiso como Rey, y el de la Corona, al servicio de España y de los españoles.

Hace hoy 25 años, en este mismo Hemiciclo, y sobre los cimientos transmitidos con generosidad, y patriotismo por mi padre, el Conde de Barcelona, se empezó a levantar el edificio de la Monarquía Parlamentaria que tres años más tarde quedó consagrada en la Constitución como la forma política de nuestro Estado. Este aniversario es una ocasión excelente para recordar el pasado que hemos vivido y una oportunidad para proyectarlo hacia el futuro que queremos vivir.

Cuando, en mi intervención ante esta Cámara aquel 22 de noviembre de 1975, afirmé que "hoy comienza una nueva etapa en la historia de España", muchos sabíamos que la meta hacia la cual debíamos dirigirnos en esa etapa nueva era la que el pueblo español anhelaba: el definitivo protagonismo en la forja de su propio destino en democracia y libertad.

Pero si la meta era clara, el camino para llegar a ella era incierto y lleno de dificultades. Podemos decir con orgullo que la determinación y el buen sentido del pueblo español hicieron posible allanar esas dificultades.

Hoy quiero dar las gracias y recordar emocionadamente a los hombres y mujeres que, en España o fuera de ella, desde aquí o en el exilio, con diferentes ideas y convicciones, quisieron con sus sacrificios y su palabra ganar la palabra para todos. Y quiero agradecer también al pueblo español la pasión y el esfuerzo con que ha vivido estos 25 años de transformación y de progreso para hacer una patria de todos y para todos.

En ese proceso, la Corona representó una voluntad de impulso, un poder moderador y un centro integrador inscrito en la Constitución como referencia del Estado y valedor fiel de los derechos y libertades que los españoles se habían dado a sí mismos.
La Monarquía, hace 25 años, ya no era la forma de un mito, sino la forma de un pensamiento racional. Respondía a una experiencia histórica de siglos y tenía la voluntad de constituirse en la mejor fórmula integradora de los anhelos del pueblo español, comprendiendo la historia como garantía del progreso político y social, y el progreso como una culminación democrática.

La Monarquía recuperada hace 25 años no significó el triunfo de ninguna ideología, de ningún sector, de ninguna fuerza, sino el triunfo del pueblo español, cuya voluntad legitimó la Corona. La plenitud del mensaje monárquico no podía sino coincidir con el mensaje cívico de la plenitud democrática de España, y así la Corona estuvo, con naturalidad, en su sitio cuando se pretendió de ella la infidelidad a la Constitución, es decir, al pueblo. Porque no tengo duda alguna de que es en el servicio al Estado de Derecho democrático y en el compromiso con las libertades consagradas en la Constitución donde la Institución Monárquica alcanza su más pleno sentido histórico, actual y de futuro.

Hoy, 25 años después de mi proclamación como Rey, mi voluntad sigue siendo la misma y mi disposición de servicio aún más firme, si cabe, a favor del bienestar de España y de los españoles. Y tengo la gran satisfacción de comprobar que la Monarquía ha sido aceptada por los españoles como un símbolo nacional, como una idea integradora, como una institución popular y como la imagen del Estado. No puede negarse que en estas dos décadas y media, España ha experimentado profundos cambios en todos los órdenes. No ha sido un camino fácil, ni se ha logrado el progreso y el bienestar de los que disfrutamos por la fortuna o la casualidad.Tras unos años de cambios y reformas en la primera etapa de la transición, España se dotó de una Constitución, basada en un amplio consenso, abierta a la protección y garantía de los derechos y libertades individuales y colectivas, que articuló un marco estable para la convivencia de todos los españoles.

Por primera vez en nuestra Historia lográbamos una Constitución en la que todos los sectores de opinión, todas las fuerzas políticas, económicas y sociales podía ver reconocidas sus aspiraciones y derechos sobre la aceptación recíproca de los principios y valores que fundamentan e inspiran los sistemas democráticos.
Es justo afirmar que la Constitución se ha reencontrado a sí misma en la libertad de una democracia plena, apoyada sobre el firme pilar de una Constitución nacida del consenso que, con más de 20 años de andadura, ha sido, es y se proyecta en el futuro como un instrumento fundamental para nuestra convivencia.

En este fin de siglo, España ofrece los perfiles de una nación que ha sabido recorrer el difícil camino de su reciente historia con espíritu de conciliación, respeto de su diversidad, y voluntad de superación de sus insuficiencias, algunas de ellas seculares. Creo que hemos hecho lo contrario de lo que denunciaba Ortega en su "España invertebrada" cuando decía: "Por una curiosa inversión de las potencias imaginativas, suele el español hacerse ilusiones sobre su pasado, en vez de hacérselas sobre su porvenir". Porque no tiene porvenir alguno fijarse en el pasado y verlo no como tradición creadora que impulsa, sino como acomodo nostálgico de las frustraciones vividas.
En este último cuarto de siglo, España se ha enfrentado con ilusión de futuro y con valentía y madurez a la resolución de viejos problemas históricos. Y los ha superado, particularmente el de su articulación territorial. España es una realidad histórica, cultura, económica y política en un constante dinamismo creador que nace de la riqueza de su pluralidad.
Entender la unidad nacional en la diversidad solidaria y justa ha sido el gran hallazgo de este último periplo histórico que hace a España más auténtica, más vital y más creativa. También más compleja pero, desde luego, más libre y espontánea.La Nación española añade a su realidad histórica constitucional la realidad de un consenso de voluntades que conforman todo un proyecto actual de convivencia con enorme potencia y energía.

Sabemos que el terrorismo, expresión de un fanatismo cruel e irracional, pretende precisamente romper este modelo de convivencia, quebrar la continuidad del modelo constitucional y estatutario, romper la unidad de las fuerzas democráticas y la voluntad integradora de la sociedad española, poner a prueba nuestras convicciones, y socavar la propia salud moral de nuestra sociedad.
La respuesta a este fenómeno inhumano y destructor requiere la confianza plena en el Estado de Derecho, la unidad de los partidos, la movilización y la cohesión de la sociedad, la aplicación de la ley por los Tribunales de Justicia y la vigencia de una jerarquía de valores éticos y democráticos que no permita en modo alguno justificación, comprensión o explicación del asesinato, la destrucción o el chantaje.
En estos momentos, mis sentimientos de afecto y de solidaridad van dirigidos a todas las personas y a las familias que han sido víctimas de este terrorismo criminal. Muy en especial quiero enviar un abrazo emocionado a la familia de Ernest Lluch, cuyo dolor es hoy el dolor de todos. Los españoles hemos contraído con todas las víctimas del terrorismo una impagable deuda de gratuidad y reconocimiento. La sangre inocente derramada en la defensa de la paz y de la libertad nos reclama firmeza, serenidad, confianza y eficacia para, con los instrumentos previstos en el ordenamiento jurídico, erradicar el terror y restaurar los derechos y las libertades que éste conculca. Estoy seguro de que sus sufrimientos no serán inútiles y que podrán ver llegar el fin de la violencia terrorista habiendo servido su sacrificio para reafirmarnos en la defensa de las libertades y derechos democráticos.

Si hasta ahora buena parte de la energía política y social se ha volcado -y lo ha hecho con éxito- en la configuración autonómica del Estado, puede que haya llegado el momento de que las instituciones y la sociedad española desarrollen un serio esfuerzo de cohesión que sea consecuente con la realidad plural de España. La unidad nacional tiene que basarse en un proyecto de convivencia que profese valores morales y políticos.

La solidaridad en los objetivos no busca imposiciones. Requiere más bien una voluntad permanente de diálogo presidido por la lealtad recíproca entre todas las instituciones. La sociedad española ha experimentado grandes transformaciones en estos últimos años. La elevación del nivel de renta que ha producido el progreso económico se ha visto acompañada de profundos cambios en terrenos muy diversos como la educación, la sanidad y la asistencia social, el desarrollo de la actividad artística y creadora, el impulso de la ciencia y la investigación, o la incorporación de las nuevas tecnologías.

Todo ello ha hecho que la posición de España en el escenario internacional haya mejorado sensiblemente, ocupando hoy el lugar que le corresponde como una de las naciones más antiguas de Europa, en cuyo proceso de construcción participa activamente en pie de igualdad con sus socios de la UniónEuropea, del mismo que contribuye también de manera activa en su condición de aliado a la seguridad europea y atlántica.

La construcción de un espacio económico común se debe complementar ahora con la edificación política europea, que ha de basarse en las aportaciones de todos los Estados miembros con acervos nacionales, culturales y políticos propios.
España aspira a insertar en ese nuevo entramado perfiles que ahonden una Europa de valores y principios para, sobre ellos, resolver problemas de gran trascendencia actual y de futuro. Es el caso de la emigración, que requerirá, además de un escrupuloso respeto de los derechos humanos, de gran vocación de solidaridad y de unas claras políticas de integración.

La proyección exterior de España no se agota en Europa. Su presencia en Iberoamérica, tanto en el ámbito político, como en el económico o en el cultural, es cada vez mayor. Los españoles podemos sentirnos orgullosos de haber recuperado hoy más a fondo que nunca nuestras raíces en Iberoamérica y de estar llenando de contenido la comunidad iberoamericana de naciones, de la que formamos parte por historia, sangre y cultura.
Esta es, desde luego, una obra colectiva de los españoles, obra a la que contribuyo con convicción e ilusión, en la certeza de que una España culta y abierta, en contacto con otras culturas, en legítima competencia con otras naciones, defensora de los derechos humanos, promotora de la cooperación y de la solidaridad internacional, es la mejor España que podremos dejar a nuestros hijos y por la que merece la pena luchar.

Es cierto que la España que heredamos es hoy, gracias al esfuerzo de todos, una España mejor. Pero el grado de bienestar del que disfrutamos no debe hacernos ignorar que nuestra sociedad tiene carencias y necesidades antiguas, no resueltas, junto a otras que han surgido nuevas, en gran parte como consecuencia del progreso económico y del desarrollo social alcanzado, y que han de ser tenidas en cuenta. La marginalidad, la exclusión social, la integración de la población inmigrante, la defensa de los derechos y de la dignidad de la mujer, de la infancia, de los discapacitados, son preocupaciones que han de ser prioritarias en la sociedad española y por cuya resolución debemos luchar sobre la base de un amplio consenso social.

Las incógnitas que suscita la nueva era en la que entramos, y que son amplio objeto de debate en la llamada sociedad de la información, nos obligan a afrontar nuevos retos en la escuela, en la universidad, en la empresa, en las administraciones públicas. Al mismo tiempo, nos encontramos ante desafíos que exigen a la sociedad y a las instituciones permanecer alerta para humanizar, en su más amplio sentido, los nuevos vehículos de la relación y comunicación que se abren en el acceso al saber.
Es importante, si deseamos encarar nuestro futuro con éxito, que sigamos prestando máxima atención a aquellos valores sobre los que se han fundamentado nuestros logros:el diálogo, el respeto mutuo, la solidaridad, la apertura de miras, la concordia.

Señorías, les repito mi satisfacción y mi orgullo por estar aquí ante la representación del pueblo español, en una sesión tan solemne y tan cargada de simbolismo. No he pretendido, ni creo que me corresponda, hacer un balance de estos 25 años de Reinado, aunque no haya dejado de trasladarles algunos de los logros que, con el esfuerzo de todos, hemos conseguido, así como aquello que me preocupa como Jefe del Estado y como Rey.
Pero sí deseo expresamente transmitir, por intermedio de sus señorías, mi agradecimiento emocionado al pueblo español, a todo el pueblo español, por tantas muestras de afecto y apoyo que he venido recibiendo a lo largo de estos años.

La Monarquía ha de ser la primera servidora de los intereses generales de España y el Rey ha de serlo de todos los españoles y estar plenamente comprometido e identificado con las aspiraciones y la identidad del pueblo al que sirve.

Podéis estar seguros de que la Corona de España, y su Rey, lo están.

Muchas gracias.


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