Manifiesto de Lausanne de Don Juan, 19 de marzo de 1945

Españoles:

Conozco vuestra dolorosa desilusión y comparto vuestros temores. Acaso lo siento más en carne viva que vosotros, ya que, en el libre ambiente de esta atalaya centroeuropea, donde la voluntad de Dios me ha situado, no pesan sobre mi espíritu ni vendas ni mordazas. A diario puedo escuchar y meditar lo que se dice sobre España.

Desde abril de 1931 en que el Rey, mi Padre, suspendió sus regias prerrogativas, ha pasado España por uno de los períodos más trágicos de su historia. Durante los cinco años de República, el estado de inseguridad y anarquía, creado por innumerables atentados, huelgas y desórdenes de toda especie, desembocó en la guerra civil que, por tres años, asoló y ensangrentó la Patria. El generoso sacrificio del Rey de abandonar el territorio nacional para evitar el derramamiento de sangre española, resultó inútil.

Hoy, pasados seis años desde que finalizó la guerra civil, el régimen implantado por el General Franco, inspirado desde el principio en los sistemas totalitarios de las potencias del Eje, tan contrario al carácter y a la tradición de nuestro pueblo, es fundamentalmente incompatible con las circunstancias que la guerra presente está creando en el mundo. La política exterior seguida por el Régimen compromete también el porvenir de la Nación.

Corre España el riesgo de verse arrastrada a una nueva lucha fratricida y de encontrarse totalmente aislada del mundo. El régimen actual, por muchos que sean sus esfuerzos para adaptarse a la nueva situación, provoca este doble peligro; y una nueva República, por moderada que fuera en sus comienzos e intenciones, no tardaría en desplazarse hacia uno de los extremos, reforzando así al otro, para terminar en una nueva guerra civil.

Solo la Monarquía Tradicional puede ser instrumento de paz y de concordia para reconciliar a los españoles; solo ella puede obtener respeto en el exterior, mediante un efectivo estado de derecho, y realizar una armoniosa síntesis del orden y de la libertad en que se basa la concepción cristiana del Estado. Millones de españoles de las más variadas ideologías, convencidos de esta verdad, ven en la Monarquía la única Institución salvadora.

Desde que por renuncia y subsiguiente muerte del Rey Don Alfonso XIII en 1941, asumí los deberes y derechos a la Corona de España, mostré mi disconformidad con la política interior y exterior seguida por el General Franco. En cartas dirigidas a él y a mi Representante hice constar mi insolidaridad con el régimen que representaba, y por dos veces, en declaraciones a la Prensa, manifesté cuán contraria era mi posición en muy fundamentales cuestiones.

Por estas razones, me resuelvo, para descargar mi conciencia del agobio cada día más apremiante de la responsabilidad que me incumbe, a levantar mi voz y requerir solemnemente al General Franco para que, reconociendo el fracaso de su concepción totalitaria del Estado, abandone el Poder y dé libre paso a la restauración del régimen tradicional de España, único capaz de garantizar la Religión, el Orden y la Libertad.

Bajo la Monarquía –reconciliadora, justiciera y tolerante- caben cuantas reformas demande el interés de la Nación. Primordiales tareas serán: aprobación inmediata, por votación popular, de una Constitución política; reconocimiento de todos los derechos inherentes a la persona humana, y garantía de las libertades políticas correspondientes; establecimiento de una Asamblea legislativa elegida por la Nación; reconocimiento de la diversidad regional; amplia amnistía política; una más justa distribución de la riqueza y la supresión de injustos contrastes sociales contra los cuales no solo claman los preceptos del Cristianismo, sino que están en flagrante y peligrosísima contradicción con los signos político-económicos de nuestro tiempo.

No levanto bandera de rebeldía, ni incito a nadie a la sedición, pero quiero recordar a quienes apoyan al actual régimen la inmensa responsabilidad en que incurren, contribuyendo a prolongar una situación que está en trance de llevar al país a una irreparable catástrofe.

Fuerte en mi confianza en Dios y en mis derechos y deberes imprescriptibles, espero el momento en que pueda realizar mi mayor anhelo: la Paz y la Concordia de todos los españoles.

¡Viva España!

JUAN

Lausanne, 19 de marzo de 1945

Contexto:

Este manifiesto se publica poco antes del final de la II Guerra Mundial. En su libro “Don Juan”, Luis María Anson explica como Beltrán Osorio, que con el tiempo se convertirá en duque de Alburquerque y Jefe de la Casa del Conde de Barcelona, entrega en mano el comunicado al General Franco. Se narran también los motivos de estas palabras:

El día 18 de marzo de 1945, domingo, al anochecer, un joven oficial visita al dictador en El Pardo. Es Beltrán Osorio. Trae desde Suiza un mensaje urgente de Don Juan. Beltrán Osorio explica concisamente a Franco que los aliados han decidido en Yalta terminar con el Régimen español. Para evitar que vuelva la República exigen de Don Juan un Manifiesto público condenando a Franco. Por razones de patriotismo, el Conde de Barcelona hará público al día siguiente el Manifiesto que le anticipa.

Es casi imposible que las nuevas generaciones se den cuenta de lo que significaba decir en la España de 1945 todo lo que Don Juan afirma en este Manifiesto, tan honrado, tan anticipador, tan clarividente.

El dictador prohíbe con graves amenazas la publicación de la declaración del Rey. La censura actúa de forma impecable. Ni siquiera ABC puede hacer la menor alusión a un texto que recogen los periódicos de todo el mundo y al que se refieren sin cesar las emisoras de radio internacionales.

Les Rocailles, la residencia de los Condes de Barcelona en Lausana, se colma de telegramas. Llegan felicitaciones de todo el mundo. Los observadores internacionales, los columnistas más acerados de los grandes periódicos occidentales dan por hecha la Restauración de la Monarquía en España en la persona de Don Juan de Borbón. Gil-Robles califica el Manifesto de “políticamente perfecto”.

Anson explica que años después Franco le reconocería a José María Pemán que el manifiesto era “patrióticamente explicable”.


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