El marido de la reina Isabel II, Felipe de Edimburgo, ha fallecido este viernes a los 99 años en el palacio de Windsor, según ha anunciado la Familia Real Británica. “Es con gran pesar que Su Majestad la Reina anuncia la muerte de su amado marido, Su Alteza Real el Príncipe Felipe, Duque de Edimburgo”, señaló el palacio de Buckingham en un comunicado. Felipe de Edimburgo abandonó el hospital el pasado 16 de marzo tras ser intervenido con éxito de una dolencia cardiaca preexistente. “Su Alteza Real murió pacíficamente esta mañana en el castillo de Windsor. Se harán nuevos anuncios a su debido momento”, agregó la nota. El primer ministro británico, Boris Johnson, ha leído un comunicado oficial de pésame a las puertas de Downing Street: “Ayudó a dirigir la familia real y la Monarquía para que permanecieran como una institución indisputablemente vital para el equilibrio y la felicidad de nuestra vida nacional”, ha dicho Johnson.

El duque de Edimburgo fue el pararrayos, el escudo y el reverso negativo de Isabel II. El ancla de una familia y de una institución que nunca albergó la menor duda, a diferencia de sus hijos y de sus nietos, de que la magia que aseguraba su estabilidad se construía con distancia y liturgia.

Felipe de Edimburgo dedicó la mayor parte de la suya, desde el incomprendido papel de consorte, a mantener la etérea infraestructura de la Monarquía. “No es de los que acepta con facilidad los cumplidos, pero ha sido, simplemente, mi fuerza y mi soporte durante todos estos años”, dijo de su esposo Isabel II cuando el 20 de noviembre de 1997 celebraron sus bodas de oro. Felipe de Edimburgo continuó siéndolo casi un cuarto de siglo después.

Extracto del artículo de Rafael de Miguel en El País

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