HISPANOAMÉRICA

Los pueblos hermanos allende los mares




Entre la Edad de Piedra y la Posmodernidad, aquí se encuentran, desafiando al tiempo, las grandes civilizaciones prehispánicas que maravillaron a los colonizadores: las misteriosas pirámides, las laberínticas ciudades, los templos, fortalezas y caminos de mayas, incas, aztecas, toltecas, tiahuanacos, chimús, chibchas y tantos otros pueblos que, desconectados de todos los demá centros de cultura de su tiempo, fueron capaces de crear muy refinadas formas de organización social y un arte y una arquitectura que figuran entre las más altas expresiones de la creatividad humana.
Pero para un español, no hay probablemente nada tan emocionante como encontrar aquí, tan lejos, intacta, a la España que llegó a estas tierras con Colón, Pizarro, o Jiménez de Quesada, que echó raíces y transformó este mundo de manera irreversible a la vez que este mundo la transformaba también de la cabeza a los pies y en lo más hondo de las entrañas.

En centenares de pueblos y ciudades de Hispanoamérica, los trescientos años de vida en común están aún en pie, transmutados en templos, palacios, plazas y murallas, donde el pasado es aún presente y donde conquistadores y conquistados se confundieron en uno solo. Y lo están también, y para siempre, en el encabritado y sabroso español que aquí se habla y escribe, en el que la tradición se mezcla con la más libérrima espontaneidad.
Continente de las esperanzas siempre postergadas, de las maravillas y el horror, antiguo y sin acabar nunca de nacer, así como en él todas las épocas históricas coexisten, también todas las razas del mundo parecen haber llegado a mezclarse en su suelo, impregnando sus usos y sus mitos, su música y sus ritos, y dejando una impronta en su psicología, sus audacias artísticas y sus locuras políticas. América latina es, también, encrucijada y personificación del mundo entero.
Por eso en esta tierra que hace quinientos años, gracias a España, articuló su destino al de los otros continentes y -sobre todo- al de la Europa y el Occidente que en ella renacieron, nadie se siente extranjero.

La conmemoración del descubrimiento ha de hacerse día a dí. No con festejos ni celebraciones, sino como ese otro descubrimiento de las cosas que, por tenerlas y sentirlas en común, nos unen. En 1492, al tiempo que España descubría América, América descubría España, y, en consecuencia, a Europa.
La mar que nos separa fue también la que un día nos unió. Que ahora, embarcados todos en la aventura del buen entendimiento, sigan soplando vientos favorables.
Henchidas de entusiasmo y esperanza las velas, vamos a seguir navegando por ese espacio común que la mar nos propició. Nos sigue quedando una larga historia común por recorrer. Un mar de grandes aventuras para surcar hermanados, unidos.

Hoy, el rey Don Juan Carlos I, sucesor de los Reyes Católicos que hicieron posible el encuentro entre España e Hispanoamérica, muestra siempre su cariño hacia los "hermanos del otro lado del atlántico" en las cumbres y discursos navideños. Con las palabras de nuestro Rey nos identificamos la mayoría de españoles que sentimos un sentimiento especial hacia las tierras que antaño formaron un glorioso Imperio y que hoy aún permanecen lazos de amistad.

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