JUAN CARLOS I
25 años de Reinado
Mi padre, el Rey Felipe, Príncipe de Asturias, 22/11/2000 Al cumplirse el vigesimoquinto aniversario de la proclamación del Rey, me mueve a escribir estas líneas la convicción de que su trayectoria en este cuarto de siglo no es sólo la suya personal, sino también, y sobre todo, la de España, nuestra España. Celebramos este año una etapa histórica en la que España ha dado pasos de gigante, como nación y como protagonista de su historia. Pero una nación no es una abstracción ni un ente de razón, sino el conjunto de sus ciudadanos actuando conscientemente en un sentido concreto. En este sentido, lo que nos caracteriza en este final del siglo XX es, precisamente, que cuanto en él ha sucedido es obra de todos nosotros, cada uno en su sitio, y a la vez conjuntándose con los demás. Es decir, que España funciona y es efectiva porque hemos sido capaces de cohesionarnos y organizarnos, respetando nuestra realidad plural, sin dejar que las diferencias nos alejen de un proyecto común de convivencia. Se ha dicho que la primera aparición de la España moderna como nación fue la de la Guerra de la Independencia. Sin embargo, la energía liberada en aquella ocasión excepcional no cuajó en avances positivos. El siglo XIX y parte del XX se definen en nuestro suelo, de una parte, como la secuencia de un enfrentamiento radical, tanto ideológico como social, que anegó, en una confrontación constantemente renovada, cualquier intento de superarla. Nos faltaron, de un lado, líderes que, a pesar de sus buenas intenciones, no acertaron a ilusionar y conducir al país por las sendas que otros, en nuestro entorno, supieron recorrer y resolver. Y también un suelo y un ambiente adecuados para que prendiesen los buenos propósitos y las tentativas de arraigarlos. Durante el último cuarto del siglo XX hemos logrado invertir esta tendencia dando lugar a una evolución francamente positiva. Tenemos que preguntarnos por qué ha sucedido esto. La respuesta inicial es que contábamos ya con un grado de desarrollo económico, conciencia social y maduración cultural que exigían su corolario necesario e inevitable de libertad y democracia. Pero una cosa es pensar o decir esto y otra, mucho más difícil, acertar a realizarlo. Este es el nudo de la cuestión. Pudimos porque creíamos. Vencimos porque nos empeñamos en un esfuerzo global, y sobre todo continuado, codo con codo, de todos y para todos, dando constantes muestras de que colectivamente asumimos el objetivo a alcanzar y comprendíamos la necesidad de lograrlo conquistando nuestra propia historia. En los más altos niveles de la política, y también en los económicos, sociales y culturales, no menos importantes, hemos contado con dirigentes comprometidos. Capaces de afinar constantemente su punto de mira para asimilar una realidad en evolución y sus cambios necesarios; de retener sus datos esenciales y conectar con sus conciudadanos para implicarles en proyectos comprensibles y compartidos; de preocuparse de lo directo y concreto, de los detalles imprescindibles que es necesario prever y solucionar para llegar a buen puerto. Pero su empeño no hubiera prosperado sin el concurso del pueblo español, de los españoles de a pie, que lo prestaron con generosidad y sabiduría ejemplares, conscientes de que eran necesarios, asumiendo, con entereza y sin reparar en sacrificios, su condición de protagonistas, y ejerciendo, con ilusión y sin autocomplacencia, la soberanía de la que se sabían titulares y que han esculpido en el frontispicio de su Constitución. Esta es la clave de nuestra Historia más cercana, durante la que se ha producido un relevo generacional que asegura su continuidad y garantiza su avance. Quienes entramos ya en esta liza asumimos su espíritu y nos corresponsabilizamos de extraer sus consecuencias. Las de ahora, y las que nos exijan nuevas circunstancias y sus inesquivables preguntas y desafíos. Me enorgullezco de que este proceso se haya realizado al amparo y con el apoyo de la Corona. Naturalmente, mi papel, como dijo Federico de Prusia, es ser monárquico. Pero lo soy como hombre de mi tiempo, que concibe la Monarquía como una realidad vinculada indisolublemente a la democracia y su progreso. Venimos de lejos, pero no para justificarnos en el pasado, sino en el presente. El presente de nuestra Monarquía lo encarna y personaliza un Rey excepcional. Él fue quien dio en el momento preciso, hace ahora veinticinco años, la señal de salida de nuestra democracia. Cuando sólo él podía hacerlo, y todo era incierto, salvo su firme voluntad de ser fiel a su herencia y cumplir su misión. Debo a mi Padre, el Rey, la exacta conciencia de mi lugar en la Dinastía. Me lo enseñó con su ejemplo de afecto y respeto invariable a mi Abuelo, Don Juan, y a su valioso testimonio. Así he aprendido que lo que tenemos no es nuestro, sino un depósito que hemos recibido y que se justifica al ponerse al servicio incondicional de todos los españoles, ahora y en el futuro. De él sigo aprendiendo a saber intuir y apreciar los sentimientos de los ciudadanos, a escuchar sus palabras, para así tener una idea cabal de nuestro destino y trabajar por él siempre con la Constitución como guía. No me corresponde relacionar aquí los muchos méritos que el Rey, junto a la Reina, ha ido sumando a lo largo de su reinado. Son de sobra conocidos, pues la parte más visible de su tarea tiene lugar en público y se produce a la vista de todos. Pero yo soy testigo excepcional de lo que no se ve, aunque pueda a veces intuirse, y es el fundamento de todo. Su hondo y sincero amor a España y su compromiso sin límites con su pueblo. Las largas meditaciones, la soledad inevitable de quien está en la cumbre. Los apoyos discretos, la disponibilidad de una experiencia bien probada, la coincidencia desinteresada en cuanto contribuya al interés común y a su progreso permanente. El sacrificio del tiempo y los gustos cuando es necesario o simplemente conveniente. Y, cómo no, la preocupación constante por acertar, ser útil y ayudar. Mi tarea es procurar siempre ser digno y estar a la altura de su ejemplo, para poder transmitir a los españoles de mi generación una referencia y un estímulo que procuro sean sólidos y válidos. Así, en el futuro deseo ser capaz, como hoy lo es el Rey, de inspirar, de liderar y de ser fundamentalmente un humilde y leal servidor del Pueblo español. Pues si es mucho lo que hemos hecho, no es menos lo que nos queda por hacer. A nosotros toca principalmente continuarlo y darle nuevo vuelo. Vamos a ello. Artículo del Príncipe Felipe publicado en ABC 22/11/2000 "Quería ser el Rey de todos los españoles y creo que lo he conseguido" |