ALFONSO XIII Y LA II REPÚBLICA

¿Qué sucedió realmente en abril de 1931?




Visitantes


El 13 de abril España se había acostado monárquica y el 14 se levantó republicana. Alfonso XIII decidió suspender el Poder Real y partió al exilio.

En estas dos líneas se condensa de manera simple lo que sucedió en aquellas fechas pero pocos se detienen en reflexionar sobre los antecedentes del 14 de abril y las consecuencias del cambio de Régimen que cinco años después derivaría en el inicio de la Guerra Civil.

Para empezar, cualquier persona que desee entender lo que sucedió debe buscar respuesta a la pregunta ¿fue democrática la instauración de la República? Las versiones mayoritarias que nos han llegado sobre aquellos días hablan de poder legitimo pero sus argumentos no son tan claros si nos atenemos a los hechos desde una visión objetiva.

Antecedentes

En septiembre de 1923 se produjo el pronunciamiento del general Miguel Primo de Rivera en el que Alfonso XIII no participó pero como ha escrito Mercedes Cabrera: «El hecho es que recibió el juramento de Primo de Rivera como presidente del Directorio como si de un relevo más en el Gobierno se tratara».

Esta connivencia del Rey, o pasividad inconsciente, con Primo de Rivera abrieron una importante brecha en la confianza de la clase política y la sociedad con la Corona.

Después, vendría el error Berenguer, diagnosticado así por Ortega y Gasset, cometido por el general al que encargó el gobierno Alfonso XIII tras la dimisión de Primo de Rivera: Dámaso Berenguer, el responsable último de Annual, el hombre que ejercería la llamada «dictablanda». Consistió, según Ortega, en «tratar de hacer como si aquí no hubiera nada radicalmente nuevo», creyendo que «los españoles pertenecen a la familia de los óvidos, en la política son gente mansurrona y lanar», en definitiva, considerar que «aquí no ha pasado nada» y actuar con el referente del monarquismo previo a 1923, reconstruyendo el viejo caduco sistema caciquil y oligárquico de la Constitución de 1876. El artículo demoledor de Ortega, de noviembre de 1930, acababa así: «Como eso es un error, somos nosotros y no el régimen mismo, nosostros, gente de la calle de tres al cuarto y nada revolucionarios, quienes tenemos que decir a nuestros ciudadanos: españoles, vuestro Estado no existe. ¡Reconstruidlo! Delenda est monarchia».

Un mes después del artículo se producía el pronunciamiento militar de Galán y García Hernández en Jaca. Su fracaso y la ejecución de sus líderes otorgaría a la República sus protomártires y acomplejaría más aún a los monárquicos. Unos, indecisos como Alba o Cambó -éste además gravemente enfermo de cáncer-; otros, despechados como Sánchez-Guerra, otros protagonizando defecciones flagrantes como Alcalá Zamora o Miguel Maura. Don Juan Bautista Aznar, un almirante, político de bajo perfil (Maura dijo de él que procedía geográficamente de Cartagena y políticamente de la luna), sería la única opción como presidente encontrada por el Rey tras la dimisión de Berenguer en febrero de 1931, tras una ansiosa exploración entre sus presuntos leales con varias negativas sangrantes. Se establecía por primera vez la distinción entre monarquismo y alfonsismo.

En el Gobierno Aznar mandaba Romanones sobre un auténtico puzle de fuerzas monárquicas supervivientes de la Restauración. El Gobierno de concentración no dejaba alternativa alguna al dilema disyuntivo: Monarquía o República. La primera iniciativa del nuevo Gobierno fue la convocatoria de elecciones municipales para el 12 de abril. Ningún monárquico previó una consecuencia negativa.

Elecciones municipales: abril de 1931

Esta convocatoria electoral tenía como única finalidad la elección de concejales en los pueblos y ciudades de España.

Durante muchos años se han tergiversado esos resultados pretendiendo trasladar la idea que la República venció en las urnas, argumento falso que invocan los nostálgicos.

Basándonos estrictamente en número de concejales obtenidos, el resultado fue ampliamente favorable a las fuerzas monárquicas. En la primera fase salieron elegidos 14.018 concejales monárquicos y tan sólo 1.832 republicanos. Con ese resultado electoral, en el que las candidaturas monárquicas fueron votadas siete veces más que las republicanas, tan sólo pasaron a control republicano un pueblo de Granada y otro de Valencia. Como era lógico esperar, en aquel momento, nadie hizo referencia a un plebiscito popular y menos que nadie los republicanos, que habían sido literalmente aplastados por el veredicto de las urnas.

El 12 de abril de 1931 se celebró la segunda fase de las elecciones. De nuevo, los resultados fueron muy desfavorables para las candidaturas republicanas. De hecho, frente a 5.775 concejales republicanos, los monárquicos obtuvieron 22.150, es decir, el voto monárquico prácticamente fue el cuádruplo del republicano. Sólo en ocho provincias el número de concejales republicanos era superior al de monárquicos.

Sin embargo, en la mayoría de capitales de provincia los votos republicanos fueron superiores por lo que la opinión pública urbana, aunque recordemos que inferior numéricamente en cómputo general, se impuso y rápidamente se buscó propagar la idea del hundimiento moral de la monarquía.

El Rey contaba cada vez con menos personas leales a su alrededor. Durante la noche del 12 al 13 de abril, el general Sanjurjo, a la sazón al mando de la Guardia Civil, dejó de manifiesto por telégrafo que no contendría un levantamiento contra la monarquía. Aquella afirmación constituía una gravísima dejación de los deberes encomendados. Ese conocimiento de la debilidad de las instituciones constitucionales explica sobradamente la reacción republicana cuando Romanones y Gabriel Maura —con el expreso consentimiento del Rey— ofrecieron al comité revolucionario unas elecciones a cortes constituyentes. A esas alturas, sus componentes habían captado el miedo del adversario y no sólo rechazaron la propuesta sino que exigieron la marcha del Rey. En la calle se desató la euforia y en algunos pueblos ya se proclamaba la República.

Alfonso XIII no manifestó voluntad de resistir, sumido como estaba en la depresión más profunda a causa de la muerte de su madre unos meses antes y viendo cómo su esposa se hallaba lógicamente aterrada ante la posibilidad de acabar como la familia imperial rusa —parientes suyos, por otro lado—, fusilada por un pelotón revolucionario. Al fin y a la postre, los políticos constitucionalistas se rindieron ante los republicanos y con ellos el monarca, que no deseaba bajo ningún pretexto el estallido de una guerra civil. De esa manera, el sistema constitucional desaparecía de una manera más que dudosamente legítima y se proclamaba la II República.

En el último Consejo de Ministros se leyó el manifiesto de despedida del Rey redactado por Gabriel Maura: «Quiero apartarme de cuanto sea lanzar unos compatriotas contra otros en fratricida guerra civil... Suspendo deliberadamente el ejercicio del poder real y me aparto de España». En la tarde de ese día 14 de abril, en Madrid, desde el balcón del Ministerio de la Gobernación (la histórica Casa de Correos) había sido proclamada la República. A las nueve menos cuarto de la noche una comitiva regia de tres coches abandonaba el Palacio de Oriente por la Casa de Campo, rumbo a Cartagena. Poco después de las cuatro de la madrugada, en el crucero Príncipe Alfonso salía el Rey de Cartagena hacia un destino que sería definitivo, aunque Alfonso XIII echando mano de sus reservas optimistas al desembarcar en Marsella dijo que: «Será una tormenta que pasará rápidamente».

No pasó tan rápidamente. Tuvieron que pasar más de cuarenta años, con una guerra civil por medio, para que la Monarquía volviera. La soledad y el aislamiento de Alfonso XIII en las últimas horas de la Monarquía se prolongaron a lo largo de su exilio. Su dignidad, en cualquier caso, fue incuestionable y ha sido reconocida por sus propios adversarios. Aquella imagen patética del Rey desterrado en París, pocos días después de su llegada, que describió Cambó, no deja de impresionar: «Yo iba al Meurice, a visitar a una familia amiga. En un rincón del hall vitré, detrás de una mesa, estaba sentado Don Alfonso: solo, sin la compañía de un libro, de un diario, de una copa. Al cabo de hora y media, don Alfonso continuaba igual, sentado detrás de la misma mesa, ¡Sin un libro, ni un diario, ni una copa!».

Conversación con Alfonso XIII en el exilio

Últimas horas de la Familia Real en España (abril de 1931)

Fuentes: Ricardo García Cárcel “Aquel 14 de abril” y César Vidal “¿Quién ganó las elecciones de abril de 1931?” y otros textos.