HENRI D'ORLEANS

El rey sin corona de Francia



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Requiem por el Rey de Francia
Por José Luís de Vilallonga en La Vanguardia, 19-VII-99

Ha muerto a una edad que muy pocos hombres alcanzan con la cabeza clara, Henri d’Orleans, conde de París, "el heredero de cuarenta reyes que en mil años hicieron Francia". Fue lo que las mujeres que saben de lo que hablan llaman un hombre físicamente impresionante. Alto, enjuto, no sabiendo caminar más que a grandes pasos, tenía una mirada gris que fijaba los rostros de sus interlocutores con una helada curiosidad. Hacía gala de una cortesía distante que aumentaba las distancias entre el que pudo ser el último rey de Francia y quien no lo era. Apenas un vago empaque, pero una gran autoridad en el gesto y en la voz.

Europeísta convencido, se adelanta a Jean Monnet escribiendo en uno de sus célebres boletines políticos: "Europa, se esté o no contra ella o a su favor, será un conjunto de naciones decididas a vivir juntas. No creo que se haga nada contra ninguna de ellas. Sólo hemos de preguntarnos: ‘¿Queremos, sí o no, ser europeos?’. Si lo queremos tendremos que consentir cierta metamorfosis en el concepto de soberanía. Es éste un tema que no me causa ningún temor. Habremos de consentir la existencia de una moneda común y de una política exterior ejercitada conjuntamente. Pero lo más importante es que nos impregnemos cuanto antes de un ‘espíritu europeo’. Sólo me preocupa una cosa -escribió por aquel entonces el conde de París- porque es sabido de todo el mundo que el actual presidente de la República (el conde se refería a Valéry Giscard d’Estaing) sueña con ser el primer presidente electo de los Estados Unidos de Europa, y que para conseguir sus fines es posible que acepte abandonos innecesarios por parte de Francia. Creo que es importante que los franceses sepan que el poder siempre toma el cariz de quien lo tiene. El general De Gaulle, un europeísta tan convencido como yo, pero que nunca olvida su calidad de francés, jamás tuvo esta clase de ambiciones". El solo hecho de comparar a De Gaulle con Giscard rebajaba a este último a la categoría de un personaje de comedia.

En otro de sus famosos boletines políticos, el conde de París remachaba el clavo explicando: "Cuando yo iba al Elíseo a visitar a De Gaulle, el general, al marcharme, siempre me despedía en la escalinata del palacio. Giscard se contentaba con hacerlo en la puerta de su despacho. Ésa era la diferencia entre los modales de un gran señor y el de un personaje que ostentaba con vanidad un nombre falso". Lo que no decía el conde, probablemente por pudor, es que De Gaulle siempre consideró al conde de París como una carta que se pudiera jugar un día. Giscard, en su megalomanía de pequeño burgués, se consideraba a sí mismo un monarca. Nunca creyó en otra monarquía que en la suya.

Conocida su aversión por Giscard, al que nunca llamó Giscard d’Estaing, sino siempre Giscard a secas dando a entender así que sabía, como la gran mayoría de los franceses, que el aristocrático D ’Estaing añadido al plebeyo Giscard no había de ser tenido en cuenta por ser a todas luces la invención de un egocéntrico personaje en mal de nobilitis. "Yo soy centrista -escribe en uno de sus boletines el conde- desde el final de la guerra. En aquella época, el mariscal Pétain y sus allegados representaban la anti-Francia, mientras que De Gaulle en cambio era una especie de Juana de Arco que no podía equivocarse. Era una situación peligrosa y grotesca. Comprendí entonces la necesidad de un centro equilibrado y sobre todo objetivo. Hoy sigo siendo centrista porque más que nunca me parece necesario acabar con la dualidad derecha-izquierda. La derecha y la izquierda están condenadas a detestarse eternamente. No creo que se pueda gobernar un país sin encontrar un justo medio adecuado a las circunstancias." Y el conde añadía, como sin darle demasiada importancia: "Más que un centrista, yo diría que el señor Giscard es un equi-librista." Los boletines políticos del conde de París son ya una herramienta de trabajo imprescindible para aquellos historiadores que deseen profundizar en nuestro siglo. Comenzando por el propio conde de París.

Monseñor -como siempre le han llamado los franceses- dudaba de que a Giscard se le pudiera aconsejar "porque sólo se pueden dar consejos a aquellos que estén dispuestos a escucharlos y Giscard me parece ser uno de esos individuos convencidos de poseer la única y sola verdad. Giscard, qué duda cabe, es un hombre inteligente pero desgraciadamente poco aficionado a la meditación. De todas maneras siempre está corriendo de un lado para otro y no veo dónde encontraría el tiempo necesario para poner a prueba el valor de sus ideas."

El conde de París deja a su muerte una numerosa y variada descendencia en la que se mezcla la sangre de todas las casas reales europeas. De su matrimonio con su prima Ysabel de Orleans Braganza tuvo doce hijos. Le hereda en sus pretensiones a la corona de Francia su hijo mayor, el conde de Clermont, que probablemente llevará en adelante el título de su padre. De sus hijos, el príncipe François murió durante la guerra de Argelia y el más joven, Thibaut, conde de La Marche, en África víctima de un virus desconocido. Quedan pues diez hijos vivos, cuarenta nietos y diecisiete bisnietos que van a seguir asegurando la supervivencia de la dinastía de los Capetos a la que pertenece igualmente don Juan Carlos I, rey de España. Al conde de París le gustaba recordar que el precursor de los Capetos era Clovis. Más lejos en la historia no se puede ir.


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