Monarquías del mundo Así ocurre en todas las democracias rectamente entendidas, sean monarquías o repúblicas. Pero la esencia profunda de una nación no depende solo de la voluntad general expresada en unas elecciones concretas. Ningún país ha sido edificado por una sola generación. No se puede prescindir de todo el pasado. Una nación se forma a través de los siglos y son muchas las generaciones que aportaron su esfuerzo para desarrollarla, para hacerla más justa y más libre. En una democracia profunda, también las generaciones pasadas poseen el derecho a ser oídas. Las viejas naciones que han tenido el acierto de conservar sus dinastías han vinculado la Monarquía hereditaria a la continuidad histórica, como símbolo nacional del presente y del pasado, como permanencia de la tradición en el futuro. La ciencia política ha encontrado así una fórmula inteligente y sutil para que estén presentes en la vida nacional la sucesión de generaciones que escribieron la Historia del país. La Monarquía se asienta y nutre en el sufragio universal de los siglos. Ciertamente, después de tantos siglos, la Institución ha presentado formas muy diversas, según las épocas, las razas y las diferentes geografías. Allí donde no ha sabido reflexionar y adaptarse a las exigencias de los tiempos nuevos, ha sido derribada. La Corona sólo permanece donde resulta útil. Símbolo de la unidad y la continuidad nacionales, poder histórico para intervenir sólo en caso de crisis extrema, con capacidad para el arbitraje y la moderación, porque el Rey, a diferencia de otros jefes de Estado, no ha sido elegido por una parte de los votos sino por la Historia. La Familia Real es, o debe ser, en cierta manera, la familia de todos los ciudadanos. Las hilanderas de la Historia, cuando alborea el siglo XXI, no pueden tejer otros tapices que los de la voluntad popular. Porque el Rey está para el pueblo, no el pueblo para el Rey. En Europa existen actualmente 10 países con un sistema político
monárquico. En muchos de ellos, el monarca resulta clave para
mantener la unidad de la nación como centro aglutinador de la
concordia de las sociedades plurales de sus territorios.
En los albores del siglo XX, cuando concluía el reinado de la Reina Victoria de Inglaterra, sólo tres naciones europeas (Francia, Suiza y el pequeñísimo estado de San Marino en la península italiana) eran repúblicas. El resto del continente era gobernado por monarquías. Pero a partir de los años 20, la I Guerra Mundial había acabado con las monarquías de Rusia, Alemania, así como con los Imperios Otomán y Austro-Húngaro. Posteriormente, con los movimientos fascistas y comunistas que asolaron Europa, otras monarquías tuvieron que exiliarse, instaurándose la república en sus naciones. Hoy perduran en el viejo continente 10 monarquías como garantes de la milenaria Institución cuyo recuerdo aún permanece vivo en aquellas naciones en las que ya es historia. |