DISCURSOS HISTÓRICOS
Palabras de amor a España
Por circunstancias especiales de todos conocidas recayó sobre mí este depósito sagrado y el Rey Alfonso XIII, el 15 de enero de 1941, en su manifiesto de abdicación, decía: "Ofrezco a mi Patria la renuncia de mis derechos para que por ley histórica de sucesión a la Corona quede automáticamente designado, sin discusión posible en cuanto a la legitimidad, mi hijo el Príncipe Don Juan, que encarna en su persona la institución monárquica y que será el día de mañana, cuando España lo juzgue oportuno, el Rey de todos los españoles". En su testamento recomendó a su familia que me reconociesen como Jefe de la Familia Real, como siempre le había correspondido al Rey en la Monarquía española. Cuando llegó la hora de su muerte, con plena conciencia de sus actos, invocando el santo nombre de Dios, pidiendo perdón y perdonando a todos, me dio, estando de rodillas, junto a su lecho, el último mandato: "Majestad: sobre todo, España". El 28 de febrero de 1941 yo tenía ventisiete años. No se habían cumplido
todavía dos desde la terminación de nuestra guerra civil y el mundo se sumergía
en la mayor conflagración que ha conocido la Historia. Allí, en Roma, asumí el legado
histórico de la Monarquía española, que recibía de mi padre. Fiel a estos principios, durante treinta y seis años he venido sosteniendo invariablemente que la institución monárquica ha de adecuarse a las realidades sociales que los tiempos demandan; que el Rey tenía que ejercer un poder arbitral por encima de los partidos políticos y clases sociales sin distinciones; que la Monarquía tenía que ser un Estado de Derecho, en el que gobernantes y gobernados han de estar sometidos a las leyes dictadas por los organismos legislativos constituidos por una auténtica representación del pueblo español, había que respetar el ejercicio y la práctica de las otras religiones dentro de un régimen de libertad de cultos, como estableció el Concilio Vaticano II; y, finalmente, que España, por su historia y por su presente, tiene derecho a participar destacadamente en el concierto de las naciones del mundo civilizado. No siempre este mi pensamiento político llegó exactamente a conocimiento de los españoles
a pesar de haber estado en todo momento presidido por el mejor deseo de servir a España. También
sobre mi persona y sobre la Monarquía se vertieron toda clase de juicios adversos, pero hoy
veo con satisfacción que el tiempo los está rectificando.
Señor: El mandato de Su Majestad el rey Alfonso XIII, "sobre toda España", creo que ha sido cumplido. El pueblo español, con su fina sensibilidad, ha percibido claramente los grandes sacrificios que hemos tenido que afrontar. Comprendo que fue dura la separación de un hijo, para que se educase en su Patria, entre españoles, y se formase debidamente para servirla cuando fuese necesario. Considero que he asimilado por completo la gran lección que encierra esta decisión. La educación que he recibido y de la que me siento satisfechísimo me ha formado en el cumplimiento del deber, en el servicio al pueblo español, en la entrega absoluta a ese gran ideal que es nuestra patria, con su espléndido pasado, su presente apasionante y su futuro lleno de esperanzas. Hoy, al ofrecer a España la renuncia a los Derechos Históricos que recibisteis del rey Alfonso XIII, realizáis un gran acto de servicio. Como hijo, me emociona profundamente. Al aceptarla, agradezco vuestra abnegación y desinterés y siento la íntima satisfacción de pertenecer a nuestra Dinastía. Y es mi deseo que sigáis usando, como habéis hecho durante tantos años, el título de conde de Barcelona. Acabáis de pronunciar importantes palabras. Las recibo, las oigo y las medito. Quiero cumplir como Rey los compromisos de este momento histórico. Quero escuchar y comprender lo que sea mejor para España. Respetaré la voluntad popular, defendiendo los valores tradicionales y pensando, sobre todo, que la libertad, la justicia y el orden deben inspirar mi reinado. De esta forma, la Monarquía será elemento decisivo para la estabilidad necesaria de la nación. En estos momentos de indudable trascendencia para España y para nuestra familia, y al recibir de tus manos el legado histórico que me entregas, quiero rendirte el emocionado tributo de mi cariño filial, unido al respeto profundo que siempre te he profesado, al comprender desde niño que, sobre todo y por encima de todo, tu no has tenido nunca otro ideal que la entrega absoluta al servicio del pueblo español.
Tenemos, tú y yo, la satisfacción de poder decir hoy que nuestras esperanzas y deseos no estaban desencaminados y que hemos administrado prudentemente el legado de la legitimidad histórica, que es, en definitiva, patrimonio de España y de los españoles. Así, cuando España lo ha necesitado, lo ha podido encontrar y hemos tenido la dicha, como súbditos, y la alegría, como padres, de ver encarnada en nuestro hijo, para bien de España, la Institución a la que hemos dedicado nuestras vidas. Por eso podemos decir con orgullo: Señor, deber cumplido. |