DISCURSOS HISTÓRICOS

Palabras de amor a España




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Discurso sobre Catalunya, 16-1-1976

Llego con emoción a Cataluña en éste mi primer viaje oficial como Rey de España. El Rey que -en expresión de las Leyes Fundamentales- es el representante supremo de la nación, quiere estar en contacto permanente con cuantos elementos la integran, quiere ser Rey de todos los ciudadanos y de todos los pueblos que constituyen la sagrada realidad de nuestra patria. No puede haber distancia ni barrera entre la institución monárquica y el pueblo, para cuyo servicio aquélla existe.

Bien sabéis que mi cariño por Catalunya me viene de antiguo, que mis abuelos mostraron especial predilección por estas tierras y que yo mismo he pasado entre vosotros jornadas llenas de interés y de gratos recuerdos.
Quisiera hoy reafirmaros la importancia excepcional que atribuyo a Cataluña, y a la personalidad catalana, en el conjunto de las tierras de España. Importancia atestiguada, en primer lugar, por la historia. Cataluña ha sido llamada "puerta de España", y en verdad por ella llegaron a la Península Ibérica aportaciones sucesivas de pueblos que han contribuido a formar la raza y el carácter de los catalanes y de los demás pueblos hispánicos.

Y porque la Monarquía es albacea del legado de la historia, hoy me siento con orgullo sucesor de los Condes de Barcelona, de Urgell, de Girona, de Osona, de Empuries, de Besalú y de tantos otros; y heredero de los Reyes de la Corona catalano-aragonesa, cuyos nombres resonaron con gloria en todo el ámbito mediterraneo: Jaume el Conqueridor, Pere el Gran, Alfons el Magnánim. A lo largo de muchos siglos ellos pusieron las raíces profundas de la personalidad catalana, que desde los comienzos de la Edad Moderna va a volver a unirse indisolublemente con los otros miembros de nuestra comunidad española. Y es con esta conciencia de nuestros orígenes y del logro histórico de nuestra unidad suprema como debemos proseguir la obra de cuantos nos precedieron, desde los Reyes Católicos -que aseguraron a Catalunya los caminos de la Europa mediterranea- a Carlos III -que tanto hizo por el desarrollo económico de la región, al abrirla plenamente al comercio y al asentamiento en América-, y a tantos otros grandes hombres y mujeres que pusieron su vida al servicio de la nación y de su propio pueblo.

Yo quisiera convocaros hoy a todos a una gran tarea de ilusión y entusiasmo para el futuro, desde esta Barcelona, ánima i guiadora, como ha sido llamada, Cap i Casal de Catalunya. Una obra común fundamentada en la libertad de cada uno, en la que no podemos renunciar, porque Dios nos la ha dado. Una empresa colectiva que se asienta en la participación de todos en los asuntos públicos, base de una democracia auténtica orientada al bien común.

Una gran tarea de paz y armonía social, resultado del respeto a la ley, de la que el Rey es guardián. Una obra de unidad, de la que vendrá nuestra fuerza, con el fin de que un Estado fuerte asegure a nuestro pueblo, en la dura competencia internacional, el progreso y el bienestar a que tiene derecho.

Catalunya pot aportar a aquesta gran tasca comuna una contribució essencial i que no té preu. L'afecció dels catalans a la llibertat és llegendária, i sovint ha estat fins i tot heroica. El català és amic de les coses concretes i, per això, és també realista, ordenat i treballador. En aqueixa terra floreix l'esperit de solidaritat; la cooperació, l'obertura i la comprensió envers els altres hi són fàcils. Per aixó, tant de bò que el vostre exemple i la vostra voluntat decidida facin que aqueixes virtuts catalanes influeixin benèficament en molts d'altres espanyols. Encara més: el sentit familiar que els catalans mantenen amb tanta fermesa, pot ésser un espill perquè Espanya s'hi enmiralli. I la dona catalana, exemple de finor, de cultura i d'espiritualitat, serà qui millor guardi tots els valors eterns que aqueixa terra enclou.






Exaltación de Don Felipe como Príncipe de Asturias, 1-11-1977

Dignísimas autoridades, asturianos, el corazón inmenso de España, por el que reparto mis pasos y esperanzas, tiene en este lugar en que nos encontramos su latido más íntimo y universal.

Por eso, al dirigirme a vosotros en este acto, me dirijo a todos los españoles, en la certeza de que, hoy precisamente al rendir este homenaje a Felipe como Príncipe de Asturias, proclamamos nuestro tronco común, nuestra identidad de españoles y la España esencial que nos une.

Hace un año os dije estaría aquí con mi hijo, y gracias a Dios, puedo cumplir la promesa.

Es éste un acto sencillo y lleno a la vez de significaciones. Se consagra en él y se renueva una tradición de seis siglos: la que exige que el heredero de la Corona sea Príncipe de Asturias. Mi hijo queda vinculado real y solemnemente a esta noble región.
Queda también vinculado a lo que esta región significa y a lo que significa su condición de heredero de la Corona que se hace aquí exigente y clara
.

Así, podríamos decir que el Príncipe siente ya, desde esos instantes en que recibió la Cruz de la Victoria, la responsabilidad moral de futuro Rey.
Muchas gracias, señor Presidente, por vuestras palabras, en las que habéis recordado los antecedentes históricos de este acto.
Muchas gracias por las expresiones de lealtad y de confianza en la Corona y muchas gracias por ese mensaje que, a través vuestro, nos envía todo el pueblo asturiano. Al decirlo no hacíais más que confirmar y proclamar el afecto y la confianza que la Reina y yo tenemos en vosotros.

La función de la monarquía es integradora. Afecta a la esencialidad. Plasma y vincula en su espíritu lo que hay de común, aquello que nos hermana y entronca. Por eso, en este austero paisaje que ahora nos conmueve, donde España un día lejano, levantó la cabeza para no inclinarla nunca, nos sentimos embargados con una profunda emoción.

La tierra, las rocas, el cielo, son elementos distintos. Pero todos ellos armonizan en una obra acabada y completa en la que se exalta la vida. Los hombres y las regiones, de igual modo, forman una gran familia. Siendo distintos unos de otros, cobran su máxima identidad cuando se sienten armonizados y complementarios. El Rey, la monarquía, sirve a esa profunda identidad común y esencial. Por encima de lo mutable y transitorio, pero respetando sus rasgos, sirve a las identidades plurales de su pueblo. Las quiere todas tal como ellas se quieren a sí mismas en libertad y en paz. Unidas por el progreso. Pero también sintiéndose miembros de la misma sangre, árboles de un mismo bosque, aguas de un mismo mar. En definitiva, miembros de una familia.

Este sentimiento de universalidad, de nacionalidad y de unidad se siente profundo, limpio, exigente, tierno y duro a la vez, aquí en Asturias. Porque Asturias es para mí, como Rey, y quiero que sea también para ti, Felipe, como heredero, todas esas cosas: universalidad y españolidad, dureza ante las dificultades, voluntad de trabajo, exigencia de gobernantes.

La biografía de esta región, que es también la biografía de España, porque aquí los españoles empezamos a sentirnos unos y comunes, está llena de cicatrices y de generosidad.

En sus montañas, en sus valles, en sus entrañas fecundas, en los litorales donde sueña aventuras transoceánicas, tiene Asturias una extraña y secular fuerza.

Yo diría que esa es la fuerza ancestral de España, que ha ido creciendo sobre sí misma, uniendo ríos, valles y litorales y, en definitiva, uniendo a los hombres que vivimos en ella. En esta Asturias, desde eso que un gran historiador español de este siglo llama «la fiera voluntad de libertad», nació España. Por eso me gustaría deciros, y no encuentro palabras para ello, que España es la construcción, a través de los siglos, a través de sinsabores y gloria, de la libertad. Esa misma que ahora nos une y nos compromete.

Por todas esas razones, no quisiera terminar mis palabras sin decirle al Príncipe de Asturias algo que nos exige, precisamente, esta tierra asturiana, este marco español esencial de Covadonga.

Esa Cruz de la Victoria que llevas sobre el pecho es, efectivamente, una victoria que hemos de conquistar todos los españoles. Una victoria sobre el egoísmo y la ambición. Sobre la incultura y la ignorancia. Sobre el atraso y la pobreza. Sobre la pereza y la disgregación. Sobre la incomprensión y las diferencias negativas. Una victoria que es preciso conseguir y consolidar cada día.

Esa Cruz no es rica porque esté compuesta de piedras y esmaltes, sino porque significa, ni más ni menos, la solidaridad de todos los españoles y su voluntad de sobrevivir como nación. Su voluntad de seguir con orgullo su camino, con el mismo orgullo con que un día iniciaron aquí, en estas montañas, su identidad nacional.

Esa Cruz, significa también tu cruz. Tu cruz de Rey. La que debes llevar con honra y nobleza, como exige la Corona. Ni un minuto de descanso, ni el temblor de un desfallecimiento, ni una duda en el servicio a los españoles y a sus destinos. En esa obra bien hecha, en esa voluntad de superación, yo quiero que tú, Príncipe de Asturias, te sientas entrañable y crucificado.

Esa Cruz te exige a ti y a todos los españoles, cuyas generaciones jóvenes representas, cumplir siempre con lo que España os pida y de vosotros espera.

Yo te pido, en nombre de los españoles, que nunca decaigas. Y te lo pido aquí, en Asturias, sobre los riscos de Covadonga y ante esa Virgen «pequeñina y galana» que es la instancia amorosa y alta de todos los asturianos.

Asturias es tan humilde en su grandeza que llama a la Virgen que acunó España, «pequeñina y galana». Es, sin embargo, grande, esforzada y vigilante. Su manto va más allá de estos valles, cubre a toda España. Ella te protegerá como nos protege a todos. Y yo se lo pido hoy de una manera especial.

Por todo ello, di conmigo, desde este lugar, y para que nos escuchen todos los españoles, ¡Viva España!







Discurso de Don Felipe en los Premios Príncipe de Asturias, 27-10-2000 (fragmento)

Con honda y contenida emoción, regreso ilusionado a Asturias para asistir a esta solemne ceremonia en el año en que celebramos la vigésima edición de nuestros Premios. El reencuentro anual con las gentes, los valles y los bosques -ahora iluminados por el otoño- de esta querida tierra, es siempre para mí un motivo de intensa alegría, que se acrecienta con la circunstancia de esta feliz conmemoración.

Agradezco vivamente la compañía con que nos honran hoy las personalidades y altas representaciones de España y de otros países amigos.

Una gratitud que extiendo con especial cariño a mis padres, SS.MM. los Reyes. Ellos han alentado de manera decisiva, a lo largo de estos veinte años, las tareas de nuestra Fundación, que rinde tributo a los más elevados valores morales, con los que está firmemente comprometida la España constitucional y democrática. Sin esos valores la Humanidad sería espiritualmente más pobre, menos solidaria y aún más injusta. Por ello es motivo de enorme orgullo para nosotros poder contribuir desde aquí a fomentarlos, con modestia, pero con la convicción y firmeza necesarias. El eco de nuestros galardones resuena internacionalmente cada vez más. Este éxito es la consecuencia de un trabajo ilusionado y del profundo compromiso con los principios éticos más insobornables. Porque sin altura de miras, sin autenticidad, sin elevación espiritual, no es posible construir nada creíble ni perdurable.

En el umbral de un nuevo siglo y confortado por todos estos sentimientos de gozo, me satisface señalar ante esta audiencia internacional que España continúa por la senda de la libertad y del progreso; una andadura que nuestra nación hace esperanzada, con vigor, liberada de viejos pesimismos que tanto ensombrecieron otras épocas de su caminar por la historia.

Existen problemas que resolver, ciertamente, como los que se viven en el País Vasco, en donde todos tenemos, como Unamuno, el «corazón del alma». Porque creemos que sólo se puede construir un futuro digno ensalzando lo que une y no ensanchando lo que falsamente separa, integrando y no excluyendo, mantenemos la firme esperanza de que el final de tanto dolor no puede estar lejos. Siempre hay un lugar para el encuentro y el entendimiento entre los que anteponen el valor supremo de la vida al fanatismo y al crimen.

Esta tarde nos permitimos recordar con la más profunda gratitud y emoción a quienes allí, arriesgando sus vidas, defienden heroicamente nuestra convivencia en libertad y en democracia, conseguida con tantos sacrificios. Su compromiso y su valor ejemplares nos hacen a todos más humanos y más libres. No olvidamos ni olvidaremos nunca a las víctimas de la locura terrorista que por todo el País reparte dolor y siega la vida. Son, como dice el verso de nuestro José Ángel Valente, «sangre sonora de la libertad».

España: 25 años en democracia

Permítanme ahora, antes de finalizar estas palabras, que recuerde públicamente -con la alegría y naturalidad de los gestos verdaderos- la proximidad de un aniversario de especial significación para los españoles que apreciamos y agradecemos la obra conseguida de una España Democrática en Paz y Libertad. Hace 25 años que S.M. el Rey, con S.M. la Reina a su lado, comenzó un reinado que por innovador, moderno y cercano supo ocupar el lugar apropiado que la Historia y la convivencia democrática y plural demandaba. Es hermoso para mí, aunque confieso que no fácil por la proximidad que nos une, evocar así su obra desde esta querida Asturias, origen de tantas emociones, inquietudes e iniciativas que han contribuido, de manera fundamental a construir España. Desde aquí quiero resaltar su entrega a la misión histórica, la prudencia que impulsa su quehacer y sus desvelos por ser, como en verdad es, el Rey de todos los españoles.

Con el aliento de la Corona, el amparo de la Constitución y el trabajo ilusionado de los españoles, España, con sus problemas, es hoy un País que ha progresado enormemente unido en la libertad, respetado en el mundo, depositario de valores irrenunciables. En posesión de una espléndida creatividad literaria y artística y de una creciente y acreditada actividad investigadora, nuestro país está haciendo frente a los complejos desafíos de la sociedad de la información y de la nueva economía. Una juventud sólidamente formada, el protagonismo creciente de la mujer en todos los aspectos de la vida de la sociedad, un empresariado emprendedor y dinámico y unos trabajadores que dan permanentes muestras de responsabilidad, nos abren las mejores puertas al futuro.

A SS.MM. los Reyes por su decisiva contribución a esta obra, les expreso mi profunda admiración y gratitud como español y como hijo.


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