MOHAMED VI
El nuevo rey alauí










Los desafíos de Mohamed VI

El nuevo soberano hereda un país en plena transición política que suscita numerosos interrogantes. Se espera que el nuevo rey impulse la tímida apertura y las reformas democráticas iniciadas por su padre El monarca deberá vigilar la evolución del fenómeno integrista en Marruecos Las relaciones con Argelia y el contencioso con el Polisario por el Sahara, temas espinosos de su agenda exterior.
Por Cristina Fernández, enviada especial de La Vanguardia en Rabat, 25-VII-99


La máxima "el rey ha muerto, viva el rey" ha sido cumplida con rigurosa precisión, pero no ha evitado que la sucesión del monarca en Marruecos despierte numerosas interrogantes. El primogénito de Hassan II, Mohamed VI, hereda con el trono los difíciles desafíos de un país en plena transición política y social.

El nuevo soberano tendrá que completar la modernización de Marruecos y el proceso democrático, y lograr una solución al contencioso del Sahara, cuya soberanía se disputan Marruecos y el Frente Polisario. Asimismo, deberá consolidar el liderazgo del reino alauí en el mundo árabe, afianzar la estabilidad y seguridad en la zona y mantener a raya el islamismo radical.

La principal incógnita gira precisamente en torno a la personalidad del nuevo rey alauí, de temperamento y aspecto muy diferente a Hassan II, quien durante sus 38 años de reinado asentó la corona en Marruecos con el control directo y personal de la política exterior, la religión, el orden público y el Ejército.



Al contrario que su padre, apasionado del poder y las conspiraciones de palacio, estadista sagaz y visionario, Mohamed VI es un político discreto y abierto. Se cree que asumirá como propia la tímida apertura democrática iniciada por su padre.

A comienzos de los noventa, Hassan II inició el camino a las reformas políticas con la celebración de elecciones, la introducción de un sistema parlamentario bicameral y la puesta en marcha del llamado "gobierno de alternancia", que lidera el socialista Abderramán Yusufi desde marzo de 1998.

El proceso de transición marroquí fue trazado y minuciosamente preparado por el rey Hassan II. Sin embargo, no está exento de riesgos. A sus 74 años, Yusufi goza de buena salud y no existe ningún político de la oposición de izquierdas con su carisma. Enfrentado a los partidos del Majzen o la Administración, y a las críticas de los que desearían mayor velocidad en las reformas, el primer ministro ha definido su acción de Gobierno como "una batalla difícil".

Justicia, educación y derechos humanos forman el esqueleto de la política reformista del Ejecutivo, cuyas iniciativas se enredan en los vericuetos de una coalición de gobierno de siete partidos y en la que hay cuatro ministros que fueron elegidos directamente por Hassan II. Entre los nombrados por el rey se encuentra el ministro de Interior, Dris Basri, onmipotente figura de los "años de plomo" del régimen, en la década de los sesenta y setenta.

En las escasas entrevistas que ha concedido el joven monarca alauí ha dejado entrever lo que será su línea de gobierno. "La democracia se aprende y se forma. Es necesario que vaya acompañada de un cambio de mentalidades", afirmaba a la prensa en 1997. "Es necesario que la gente adquiera una cultura polí-tica."

El islamismo radical nunca ha sido un problema grave para Marruecos y el nuevo monarca es considerado un hombre sensible al mundo religioso. Sin embargo, Hassan II ha dejado sin resolver la situación del jeque islamista Abdessalam Yassim, líder de la asociación Justicia y Caridad. Esta asociación, la más importante en la nebulosa islamista, ilegal pero tolerada, arrastra a miles de seguidores partidarios de un islam más conservador.

El rey Hassan II aplicó una original fórmula para incorporar a los "integristas" al Gobierno, legalizando un partido islamista, Justicia y Desarrollo, que se hizo con algunos escaños pero no cuenta con excesiva autonomía.
Pese a que el fundamentalismo religioso no se considera un peligro en Marruecos, algunas iniciativas de este partido religioso y la elección al Congreso de Abdelilah Benkiran -un antiguo militante de los años setenta que llegó al Parlamento con la petición de un estado islámico verdadero para Marruecos- ponen en evidencia una velada "lucha por la fe".

Tampoco la herencia económica y social está exenta de problemas.
Marruecos ha pasado de ser un estado casi feudal a embarcarse en el tren de la modernidad. Sigue siendo fundamentalmente agrícola, pero ha iniciado un amplio programa de privatizaciones y apertura a las inversiones extranjeras.

El paro se ha convertido en una lacra en un país donde más del 50% de sus 28 millones de habitantes son menores de treinta años. El Gobierno se ha propuesto la creación de 250.000 puestos de trabajo por año, para aliviar una tasa de paro que oficialmente se sitúa en el 19%, pero las expectativas de que se cumpla son casi nulas.
Más de la mitad del presupuesto general está destinado a gastos del Estado, mientras que salud y educación reciben pequeñas partidas, pese a que la mitad de la población es analfabeta. En el plano internacional las relaciones marroquíes se mueven en el triángulo Magreb, Oriente Medio y Europa. Argelia y la cuestión del Sahara son los temas más espinosos de la agenda del nuevo monarca.

Hassan II ha dejado pendiente la celebración del referéndum de autodeterminación del Sahara, previsto por la ONU para el 31 de julio del 2000. La antigua colonia española enfrenta al Frente Polisario y a Marruecos desde hace un cuarto de siglo. El restablecimiento de las relaciones con Argelia, cuya frontera permanece cerrada desde 1995, era también uno de los objetivos del rey Hassan II. Recientemente, el presidente argelino, Abdelaziz Buteflika, había anunciado un encuentro con el rey Hassan II, a quien conocía desde hacía décadas. Las relaciones entre los dos vecinos han sido siempre muy conflictivas por el tema del Sahara y la tutela de Argel al Frente Polisario.

Considerada como una aliada de Occidente, la corona alauí mantiene buenas relaciones con Estados Unidos y es miembro de la Liga Árabe. Con Ehud Barak como primer ministro de Israel, Mohamed VI podría impulsar el papel mediador que tuvo su padre entre israelíes y palestinos en el proceso de paz de Oriente Medio.
Las relaciones con España están condicionadas por la pesca y la emigración ilegal, los puntos más conflictivos, pero Mohamed VI mantiene buenas relaciones con la Casa Real y con el príncipe Felipe.

El maquiavelo alauí