HASSAN II DE MARRUECOS
Muere el creador del Marruecos moderno
y uno de los grandes personajes del mundo árabe




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El Maquiavelo alauí

Muere el creador del Marruecos moderno y uno de los grandes personajes del mundo árabe.
Por María Dolores Masana en La Vanguardia, 24-VII-1999.


Despotismo y astucia. Corrupción, intrigas y atentados. Inteligencia y seducción. Para muchos, modernismo en tierras del islam. Por tales vertientes han discurrido los 38 años de monarquía absoluta que Hassan II ha ejercido sobre Marruecos, país magrebí que, a su sombra, pasó de ser un reino feudal a un Estado moderno que incluso llegó a firmar un acuerdo (noviembre de 1995) de asociación con la Unión Europea.

Dueño y señor de almas y haciendas, el soberano marroquí condujo a su pueblo a su gusto y antojo, desde que sucedió a su padre, Mohamed V, en 1961, muerto inesperadamente durante una intervención de sinusitis, asistido por los máximos especialistas franceses. De él se han dicho muchas cosas. Desde que su reinado ha sido de los más sangrientos del mundo árabe, hasta que gracias a sus dotes maniobreras y "persuasivas" consiguió crearse una buena imagen exterior que ha permitido a Marruecos entrar en la modernidad. Seguramente, ambas cosas son verdad.

Respetado, casi venerado por los marroquíes, en su condición de emir y príncipe de los creyentes, descendiente directo del profeta Mahoma, al que han de someterse el clero y la justicia musulmanes, Hassan II tenía derecho a caballo blanco y parasol. Sus súbditos le besaban la mano -por el dorso, primero, y la palma después-, desde el primer ministro hasta el jefe de la oposición.

El monarca alauí -inteligente y astuto donde los haya-, tras los primeros años de lucha contra quienes se oponían a su creciente autocratismo, supo maquillar el régimen con tintes de apertura democrática. Una vez "neutralizado" el nacionalismo del Istiqlal y eliminado el socialismo de Ben Barka, ambos movimientos sólidamente arraigados entre la población y enfrentados muchas veces a la administración real, organizó un ejército fuerte y leal, con generales formados en las fuerzas francesas o españolas que más adelante intentaron repetidamente un regicidio en su persona, siempre sin éxito.

"El oficio de rey se aprende." Esta frase la repitió Hassan II en muchas entrevistas. Y la puso en práctica con sus propios hijos varones, Sidi Mohamed y Muley Rachid, a quienes obligaba a acompañarle, desde muy jóvenes, en los actos oficiales. Él mismo lo aprendió al lado de su padre, "que fue para mí -dijo alguna vez- un profesor tan severo como acaso no lo haya tenido ningún otro príncipe". En los años a su sombra, aprendió la educación básica de un príncipe islámico. Pero la verdad es que hasta los 28 años, en que su padre le nombró jefe del Ejército, el joven Hassan era más bien conocido por sus aventuras de diversa índole, amoríos mil, fiestas, caballos y coches de carreras. Fue a partir de 1961, al subir al trono, que el "play boy", licenciado en leyes en la Universidad de Burdeos, a quien se concedía poco crédito en cuanto a saber desempeñar sus funciones, tomó las riendas del Reino con energía, y enseguida demostró que sabía luchar por el poder.



La venganza real

El líder izquierdista Mehdi Ben Barka, que había sido preceptor suyo cuando cursaba el bachillerato francés en la escuela imperial del palacio de Rabat -en donde el monarca había nacido el 9 de julio de 1929-, fue el primer opositor que probó en carne propia la venganza real. Exiliado en 1964, fue secuestrado en París y jamás se volvió a saber de él. Luego, se dijo que había sido asesinado por el "gran amigo" del rey, el general Ukfir, que más tarde se convertiría en su enemigo.

A él iban a seguirle muchos más, algunos como los hermanos Bourquat, el "faqui" Basri, líderes de la Unión Nacional de Fuerzas Populares, estudiantes de la UNEM o izquierdistas como Abraham Serfaty, que salvó la vida pero que ha sido el preso político con más años (23) de cárcel bajo el régimen de Hassan. Y qué decir de los encerrados en la terrible cárcel del desierto de Tazmamart, o los casi enterrados vivos del Frente Polisario, perdidos en el confín del Alto Atlas.

Las huelgas y manifestaciones violentas de Casablanca, en 1965, se saldaron con el encarcelamiento de muchos líderes políticos, la prohibición del Partido Comunista y la suspensión de la Constitución del 62 que más adelante restableció, según su criterio.

El soberano cherifiano ("cherif" significa descendiente del Profeta) supo también jugar con los partidos en su beneficio, ya fuera el Partido del Progreso y del Socialismo (comunista), como el nacionalista Istiqlal, como con las formaciones de la derecha. Porque Hassan II hizo de Marruecos una monarquía constitucional: con partidos, sindicatos, Parlamento, administraciones locales elegidas, libertades públicas..., pero, eso sí, todo ello supeditado únicamente a lo que aprobara su real majestad. No había más voluntad que la del rey. Los elementos que él tenía a gala llamar "democráticos" de su régimen seguramente no eran suficientes en relación con las democracias al norte del Estrecho, pero posiblemente lo fueran más que la mayoría, por no decir todos, de los regímenes árabes y otros europeos de la época.

En 1971 y 1972, en medio de fricciones con Argelia y de un cierto aislamiento en el mundo árabe, Hassan escapó a dos intentos de asesinato laboriosamente planeados. Fueron en ambos casos militares golpistas. Primero, un grupo de oficiales intento ametrallarlo en el palacio de verano de Skirat. Hirieron y mataron a centenares de personas, entre servidores e invitados, pero el rey, echó mano de toda su sangre fría cuando un soldado le saco de allí a punta de metralleta. Hassan abrió su chilaba y mostró el pecho al cañón que le apuntaba. "¿Vas a matar a tu príncipe?" El soldado cayó de bruces pidiendo perdón y le entregó el arma. La represión fue brutal.

El intento no tardó en repetirse. En agosto de 1972, el Boeing real volvía de París a Rabat cuando unos F-5 marroquíes se pusieron a su altura, cerca de Tetuán y empezaron a disparar. Una vez más, la "baraca" -como el mismo rey solía denominar a su suerte- le salvó. O mejor dicho, su astucia y rápidos reflejos en momentos de peligro. El propio monarca cogió la radio y, enmascarando su voz, se hizo pasar por el piloto al decir: "No disparéis más. Nos vais a matar a todos. El rey está muerto". Hassan mantuvo el coraje del piloto hasta que el avión aterrizó en Rabat-Saleh con todo el fuselaje acribillado, dos de los tres reactores fuera de servicio y casi sin combustible. El resto es conocido. El general Ukfir, el "gran amigo" del rey, fue llamado de noche a palacio y ejecutado de un disparo, cuando menos delante del Rey, aunque hay quien dice que fue a manos del propio monarca.



La marcha verde

Ukfir tuvo suerte en recibir el castigo inmediato. No así su familia: su mujer y sus seis hijos fueron encarcelados, cada vez en peores condiciones hasta terminar en medio del desierto, casi sin asistencia, durante 18 años y tras la amnistía real no pudieron conseguir jamás permiso para irse de Marruecos.

En 1975, después de juicios masivos en Marraquech y Casablanca, con decenas de condenas capitales y cadenas perpetuas como castigo ejemplarizante y aviso de navegantes, el monarca alauí quiso desviar la atención y aglutinar a todas las fuerzas vivas de la nación en torno a un objetivo que prometía gloria y riquezas, como algunos llegaron a creer: la "marcha verde". "En nombre de Allah, el todopoderoso, ¡adelante!" Con estas palabras Hassan II lanzó en la mañana del 6 de noviembre a 350.000 civiles hacia El Aaiún, para presionar a España a abandonar el Sahara occidental. Tanto la oposición nacionalista, como la socialista y comunista hicieron piña en torno al rey, quien ganó el pulso al gobierno de Madrid, que, con Franco agonizante, atravesaba un momento político muy delicado como para enredarse en un conflicto exterior con Marruecos.

Con la misma astucia jugó la guerra contra el Polisario y las negociaciones internacionales sobre el referéndum de los saharauis. Ocho muros para la guerra y miles de marroquíes para engrosar en censo electoral que confirme la "marroquinidad" del Sahara.

En 1981 y 1984, cuando estallaron las graves revueltas del hambre, en la que los fundamentalistas islámicos marroquíes empezaban a hacerse notar, el monarca no dudó un momento. Sus helicópteros ametrallaron directamente a los manifestantes en las calles de las ciudades. La represión fue dura y sangrienta, especialmente en Nador y Tetuán: cientos de muertos, miles de detenidos. Al margen de que los líderes islámicos permanecen en arresto domiciliario, Hassan y ahora su sucesor son "cherifes", es decir, descendientes directos del Profeta y, por tanto, unen el poder civil al religioso. Finalmente, no se puede terminar esta aproximación al emir Al Mumidim desaparecido sin decir que el Marruecos que, a finales de 1995, firmó el acuerdo de asociación con la UE es, en gran medida, obra suya. Hassan II consiguió dar a su país una importancia dentro del Magreb y de todo el mundo árabe superior a la de un país de sólo 25 millones de habitantes y con pocos recursos naturales.

Política pragmática

Aplicó igual pragmatismo con África que con Europa. En Marrakech se fundó la Unión del Magreb Árabe, en Casablanca se acogió la cumbre franco-africana así como la máxima y más positiva cumbre de jefes de Estado árabes, en Fez elaboró el plan de paz para Oriente Medio, 1983. En 1973 intervino junto a Siria y Egipto en la guerra del Yom Kippur contra Israel. Pero en 1986 recibió audazmente, aunque en secreto, al laborista Shimon Peres. En tierra marroquí se produjeron los primeros contactos entre israelíes y palestinos. Quizá en este contexto fue el primer mandatario árabe en comprender que palestinos e israelíes no tenían más remedio que entenderse. La última muestra de su pragmatismo en política exterior quizá fue alinearse en 1991 -a despecho de la postura beligerante de su vecina Argelia- con los ejércitos aliados contra Irak, en la guerra del Golfo.

Sus súbditos decían que era un "hakim", un sabio. Supo cultivar las relaciones con Estados Unidos y los países de la UE, convenciéndolos -naturalmente, no siempre los actos respondían a las palabras, como en el caso del contencioso de la pesca con España- de que Marruecos es el puente de unión natural de Europa con el Magreb y África.

En más de una entrevista a la prensa occidental, en los últimos tiempos habla repetido: "De vez en cuando me siento tan cansado que quisiera quitarme el traje oficial y decir: ‘me voy’". ¿Sinceridad?, ¿premonición? Quizá ambas cosas en un soberano que ejerció el poder 38 años a la sombra de la "baraca" de Allah. Hoy, Marruecos viste de luto por el Malik, emir Al Mumidim, príncipe de los creyentes, presidente del comité de la ciudad tres veces santa de Jerusalén. Hassan II se ha ido definitivamente. la historia lo juzgará.
Los desafíos de Mohamed VI


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